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Gaceta de La Solana

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Reportaje

y entonces queman la harina, la matan,

y sabe peor”. Estas piedras duran déca-

das y sólo hay que mantenerlas en for-

ma picando periódicamente las aristas.

El único inconveniente es su producti-

vidad. Muelen unos 700 kilos de grano

al día en diez horas de trabajo, lo que

supone sacar unos 550 kilos de harina.

Un molino industrial puede quintupli-

car esa producción en un solo día. Pero

José invita a cualquiera a hacer la prue-

ba del algodón, es decir, probar unas ga-

chas hechas con harina de almortas de

su molino y otras con harina de almor-

tas de un supermercado. “Que luego me

cuente qué opina”. No hay color.

La meta es crecer

Con todo, Harinas Simón moltura

entre 20 y 25 mil kilos anuales. Como

cualquier agricultor, Pedro José también

depende del cielo. “Cuanto más frío es el

invierno, más vendemos, y cuanto más

llueve también”. Su mercado es amplio,

aunque todavía limitado. En la provincia

tienen clientes de poblaciones cercanas

como Valdepeñas, Tomelloso, Infantes o

Membrilla. También venden en comar-

cas de Cuenca, por ejemplo en San Cle-

mente, además del corredor del Henares,

en Guadalajara, y el mismo Madrid. Pero

llama la atención los pedidos de manche-

gos del éxodo. “Mandamos mucha hari-

na a gente de la tierra, entre ellos bastan-

tes solaneros”. Sabadell o Riudoms son

destinos comunes. Además, un reciente

convenio de la empresa con Seur permite

que el cliente se ahorre un dinero en con-

cepto de portes.

La meta es crecer. “Queremos ampliar

nuestro mercado nacional y no descar-

tamos la exportación”. Países tan cerca-

nos como Portugal o Francia producen

almortas, incluso en algunas regiones

de Rusia. Se trata de no quedarse con

los brazos cruzados esperando que el

cliente venga solo. Hay que salir a bus-

carlo, evitando la autocomplacencia y el

conformismo. Este axioma de manual

en el mundo de la empresa actual, Pe-

dro José lo lleva a rajatabla. Al margen

de las redes sociales y otras formas de

propaganda tradicional, coge carretera

y manta. Las épocas de menos venta son

de junio a septiembre, y en esos meses

sale de viaje por media España.

Gachas con cualquier cosa,

como la paella

Aquí estamos acostumbrados a co-

mer gachas manchegas, cocinadas con

tropezones de chorizo, tocino y demás.

Pero si la paella auténtica, que se prepa-

ra a base de arroz, conejo, pollo y judías

verdes derivó hace tiempo en múltiples

recetas, las gachas de siempre también

tienen nuevas primas. “Se hacen gachas

con gambas, con jamón, con setas o con

trufa, incluso hay croquetas de gachas”.

Estas nuevas modalidades podrán pa-

recernos más o menos sucedáneas o

invasoras, pero la gente las cocina y las

consume. El molino San José no se para

a pensar con qué maridarán su harina.

Al quien le gusta, se las come y ya está.

Lo que nunca faltará será la harina de

guijas.*

Juan Manuel Simón picando la piedra natural del molino.

Almorta: la leyenda negra

Todos en La Solana conocemos las guijas.

Los garbanceros las siguen vendiendo cada

domingo, duras o blandas. Es una legumino-

sa muy resistente a condiciones climáticas

extremas. Por eso, la harina que se moltura

con esta semilla se convirtió en uno de los

principales alimentos de supervivencia du-

rante la dura posguerra. Pero un consumo

excesivo tiene riesgos para la salud. Una

neurotoxina presente en las guijas puede

desencadenar una enfermedad llamada lati-

rismo, que provoca una parálisis progresiva

del cuerpo. Muchos ignoraban este riesgo, y

otros lo asumían porque se trataba de comer

o pasar hambre cuando la carestía apretaba.

Los casos de latirismo comenzaron a prolife-

rar como consecuencia de una ingesta masi-

va entre una parte de la población. Por esta

razón, el 15 de enero de 1944 el Régimen

prohibió el consumo humano de almortas.

Lo más curioso es que el molino San José

reanudó su producción de almortas precisa-

mente ese mismo año, 1944. Cuatro años

antes, las autoridades lo habían clausura-

do al encontrar presuntamente granos de

candeal en una inspección sanitaria. “En la

zona de La Mancha levantaron más la mano

que en otras porque sabían que la gente del

campo no tenía otra cosa que comer”. An-

dado el tiempo, esa prohibición continúa vi-

gente según el Código Alimentario Español.

“Queda prohibido el consumo humano de

las semillas de almortas y de los productos

resultantes de su elaboración” –dice-. Pero

donde está la ley está la trampa, ya que sí

está permitida la comercialización de la al-

morta como pienso para animales.

Las autoridades sanitarias llevan tiempo

estudiando levantar esta prohibición, cons-

cientes de que ya nadie basa su dieta en ga-

chas manchegas, un día sí y otro también.

Según la Agencia Española de Seguridad

Alimentaria y Nutrición, una ingesta esporá-

dica de almorta con un porcentaje de la neu-

rotoxina inferior al 0,15% se considera se-

gura. Tales condiciones las cumple de sobra

la harina que elabora el molino San José. De

hecho, Harinas Simón la vende oficialmente

como pienso simple, sin ningún aditivo.

Al margen de los casos de latirismo que se

produjeran en su día, sin duda lamentables,

la harina de guijas salvó de inanición a mi-

les de españoles, y por supuesto a muchos

solaneros. Es más, un reciente estudio pu-

blicado por la Universidad de Granada revela

que la almorta es una importante fuente de

antioxidantes, sobre todo polifenoles, inclu-

so más que parientes cercanos suyos como

la lenteja o el garbanzo, que tienen mejor

fama. O sea, que el consumo moderado de

la guija, y por consiguiente de la harina que

sale de ella, merece la pena ser recuperada

como un componente más de nuestra céle-

bre dieta mediterránea. Por qué no. *