Gaceta de La Solana
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Colaboraciones
S
e dice de nuestros vecinos, los ga-
bachos, que son engreídos y chauvi-
nistas. Imagino que nosotros, aunque
menos fatuos y petulantes, también sufri-
mos -de vez en cuando- furores similares.
Cualquier solanero que se precie presume
por la airosa planta de nuestra gallarda
torre, por la zarzuela
La rosa del azafrán
o por algo tan prosaico como el registro
que antaño alcanzamos con el industrioso
forjado de las hoces. O con nuestro queso,
nuestro vino… Como secuela de tan trivial
consulta quiero resaltar otro inadvertido
mérito de la villa:
que se le reconozca
también su vigente y ancestral potencial
tabernario.
Se ampara mi petición en la casi paralela
disposición tabernera que nuestro pueblo
compartió en otro tiempo con ese pobla-
chón manchego que es Madrid, la Villa y
Corte. Se cobija tal aserto en la sarcástica
letrilla que corría en tiempos de Tirso de
Molina:
Es Madrid ciudad bravía/que entre viejas
y modernas
tiene trescientas tabernas/y...
¡ni
una
sola librería!
Como es lógico, nosotros nunca tuvimos
trescientas tabernas, aunque en eso de
la librería casi nos pusimos a la par. Sea
como fuere, en La Solana siempre nos
cundió y ocupó mucho
más
el beber que
el leer ¡Por eso somos tan profusamente
“tabernícolas”!
Para despejar dudas repasaré el ramillete
ideal del ‘v
ía
crucis’ tabernario que en mi
precoz mocedad procesionábamos aquellos
iniciados en tan adictivo y ‘piadoso’ sendero.
Las catorce ‘estaciones de dolores’ se agru-
paban, en su mayoría, en la plaza y aleda-
ños. Otras, algo más apartadas, buscaban
la querencia motorizada de la calle Carrera,
hacia la plazuela de la Marquina -como el
bar Fuentes o la del grave y lacónico Evaris-
to, con sus inefables champis y patatas-, o
ya en la calle Feria, la de Bernardino, mucho
más
acicalada, y también las de la recole-
ta calle Sagrario, la de Platillos, con su rudo
guisote de morcillas y manitas de cordero,
junto a la de los Colillas. Quedaba por rese-
ñar, esquinada con Cervantes -frente al Ca-
sino-, la de El Zarzo, que luego devino en Las
Vegas para acabar siendo el ‘Jama’.
Cupo a los locales guarecidos bajo el so-
caire de los arcos enladrillados el mérito
de concentrar lo más granado de las taber-
nillas de antaño: desde la pulcra y asea-
da de El Nevao hasta la del bizco Urigas,
pasando por el minúsculo cubil de Pepe y
sus salones de dentro, con sus depravadas
tapas: suspiros de monja, criadillas de cor-
dero o su sanguíneo pienso para vampiros
-la sangre refrita con tomate-, o los aza-
franados y mansos faisanes de Maranto-
na -aquellas gustosas patatas ‘aliñás’... Y
qué decir de sus patibularios y siniestros
‘amortiguadores’ -una elástica fritura de
neumática asadura-. De especial rele-
vancia anoréxica resultaban las
más que
lívidas
, macilentas escarbaeras -guiso
gelatinoso de patas de gallina despojadas
de uñas-, borde santo y seña del local de
Elías, el de la taberna ‘El Rincón’.
Con todo, fueron los picantillos callos de
la taberna de Sevilla los que gozaban del
predicamento exigido por los versados en
el tapeo de casquería. Menor senda tuvo el
recorrido tabernero en los porches adintela-
dos de la plaza. Una de ellas era la siempre
dispuesta y vinatera taberna de Casado, du-
cho en refrescar botellas -envases de anís
del Mono- rellenas con el vino blanco de los
Toneleros. Quedaba otra taberna, algo más
apartada y sombría -mitad tasca y mitad
churrería- regida por el otro hermano Coli-
lla. Es obligado reseñar los temibles efluvios
amoniacales que los puestos de pescado
soltaban en aquella zona de la plaza, justo
por delante del local. Nada que no se quitase
-a deshoras- con porras, unos tallos crujien-
tes ¡y una copa de aguardiente!
Confirmarían lo antes expuesto dos típi-
cas tabernas que no llegué a conocer: la de
Farrache y la de Chuchina. Con todo, ahora,
en La Casota y en Serrano he vuelto a ver,
pese al omnímodo imperio de las cañas,
a bastantes jóvenes bebiendo vino. Y me
pregunto ¿sabrán algo de aquellas tascas,
garitos y tabernillas?
¿
Conocerán nuestra
calamocana usanza...? No lo sé, pero...
¡seguro que
con empeño, aprenderán!
Un saludo... y como siempre: ¡A mandar!
Jesús Velacoracho Jareño
Villafranca del Penedès
De tascas, garitos y tabernillas
Aquellas tabernas de La Solana
Plaza mayor en los 70, con el Simca 1000 de ‘Pepe’ y el Renault 6 del ‘Jaro’ aparcados