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Gaceta de La Solana

60

Colaboraciones

S

e dice de nuestros vecinos, los ga-

bachos, que son engreídos y chauvi-

nistas. Imagino que nosotros, aunque

menos fatuos y petulantes, también sufri-

mos -de vez en cuando- furores similares.

Cualquier solanero que se precie presume

por la airosa planta de nuestra gallarda

torre, por la zarzuela

La rosa del azafrán

o por algo tan prosaico como el registro

que antaño alcanzamos con el industrioso

forjado de las hoces. O con nuestro queso,

nuestro vino… Como secuela de tan trivial

consulta quiero resaltar otro inadvertido

mérito de la villa:

que se le reconozca

también su vigente y ancestral potencial

tabernario.

Se ampara mi petición en la casi paralela

disposición tabernera que nuestro pueblo

compartió en otro tiempo con ese pobla-

chón manchego que es Madrid, la Villa y

Corte. Se cobija tal aserto en la sarcástica

letrilla que corría en tiempos de Tirso de

Molina:

Es Madrid ciudad bravía/que entre viejas

y modernas

tiene trescientas tabernas/y...

¡ni

una

sola librería!

Como es lógico, nosotros nunca tuvimos

trescientas tabernas, aunque en eso de

la librería casi nos pusimos a la par. Sea

como fuere, en La Solana siempre nos

cundió y ocupó mucho

más

el beber que

el leer ¡Por eso somos tan profusamente

“tabernícolas”!

Para despejar dudas repasaré el ramillete

ideal del ‘v

ía

crucis’ tabernario que en mi

precoz mocedad procesionábamos aquellos

iniciados en tan adictivo y ‘piadoso’ sendero.

Las catorce ‘estaciones de dolores’ se agru-

paban, en su mayoría, en la plaza y aleda-

ños. Otras, algo más apartadas, buscaban

la querencia motorizada de la calle Carrera,

hacia la plazuela de la Marquina -como el

bar Fuentes o la del grave y lacónico Evaris-

to, con sus inefables champis y patatas-, o

ya en la calle Feria, la de Bernardino, mucho

más

acicalada, y también las de la recole-

ta calle Sagrario, la de Platillos, con su rudo

guisote de morcillas y manitas de cordero,

junto a la de los Colillas. Quedaba por rese-

ñar, esquinada con Cervantes -frente al Ca-

sino-, la de El Zarzo, que luego devino en Las

Vegas para acabar siendo el ‘Jama’.

Cupo a los locales guarecidos bajo el so-

caire de los arcos enladrillados el mérito

de concentrar lo más granado de las taber-

nillas de antaño: desde la pulcra y asea-

da de El Nevao hasta la del bizco Urigas,

pasando por el minúsculo cubil de Pepe y

sus salones de dentro, con sus depravadas

tapas: suspiros de monja, criadillas de cor-

dero o su sanguíneo pienso para vampiros

-la sangre refrita con tomate-, o los aza-

franados y mansos faisanes de Maranto-

na -aquellas gustosas patatas ‘aliñás’... Y

qué decir de sus patibularios y siniestros

‘amortiguadores’ -una elástica fritura de

neumática asadura-. De especial rele-

vancia anoréxica resultaban las

más que

lívidas

, macilentas escarbaeras -guiso

gelatinoso de patas de gallina despojadas

de uñas-, borde santo y seña del local de

Elías, el de la taberna ‘El Rincón’.

Con todo, fueron los picantillos callos de

la taberna de Sevilla los que gozaban del

predicamento exigido por los versados en

el tapeo de casquería. Menor senda tuvo el

recorrido tabernero en los porches adintela-

dos de la plaza. Una de ellas era la siempre

dispuesta y vinatera taberna de Casado, du-

cho en refrescar botellas -envases de anís

del Mono- rellenas con el vino blanco de los

Toneleros. Quedaba otra taberna, algo más

apartada y sombría -mitad tasca y mitad

churrería- regida por el otro hermano Coli-

lla. Es obligado reseñar los temibles efluvios

amoniacales que los puestos de pescado

soltaban en aquella zona de la plaza, justo

por delante del local. Nada que no se quitase

-a deshoras- con porras, unos tallos crujien-

tes ¡y una copa de aguardiente!

Confirmarían lo antes expuesto dos típi-

cas tabernas que no llegué a conocer: la de

Farrache y la de Chuchina. Con todo, ahora,

en La Casota y en Serrano he vuelto a ver,

pese al omnímodo imperio de las cañas,

a bastantes jóvenes bebiendo vino. Y me

pregunto ¿sabrán algo de aquellas tascas,

garitos y tabernillas?

¿

Conocerán nuestra

calamocana usanza...? No lo sé, pero...

¡seguro que

con empeño, aprenderán!

Un saludo... y como siempre: ¡A mandar!

Jesús Velacoracho Jareño

Villafranca del Penedès

De tascas, garitos y tabernillas

Aquellas tabernas de La Solana

Plaza mayor en los 70, con el Simca 1000 de ‘Pepe’ y el Renault 6 del ‘Jaro’ aparcados