Gaceta de La Solana
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Reportaje
‘Pintando me siento yo mismo’
Miguel Morales Palacios
(La Solana, 1978) es jornalero de profesión. Trabaja para una empresa de usos múltiples
especializada en tareas del campo y tiene una pasión: la pintura. En especial la pintura ecuestre y militar. Hace
pocos días cumplió la promesa que hizo a este periodista, donar al Ayuntamiento un cuadro de Mosén Diego de
Villegas, el Comendador que en el siglo XV trasladó la Encomienda de Alhambra a La Solana y fundó la ermita de
San Sebastián. GACETA ha querido agradecer el gesto y conocer algo más de este autodidacta del pincel.
A
urelio
M
aroto
L
a afición le viene desde peque-
ño. María Josefa, su madre, es
una mujer sin estudios pero que
siempre tuvo interés por la lectura, por
la cultura, por el arte… “Me pintaba ca-
ballitos para entretenerme” –recuerda-.
Suficiente para moldear y cultivar un
gen que venía de herencia.
Miguel creció con ese interés meti-
do en el tuétano. En el colegio pintaba
carboncillo, guarreando en los folios
las ideas que fluían en su cabeza y re-
creando algunos lienzos célebres. “Re-
cuerdo pintar La Fragua de Vulcano
(Velázquez) y el carbón lo perfilaba
después con un rotring”. “Intentaba ha-
cerlo sin saber, por supuesto”. La pasión
por pintar estaba ahí, con una debilidad
especial por el asunto ecuestre y mili-
tar. “Siempre me ha llamado la atención
pintar caballos y escenas militares”.
Se sacó el graduado y cursó la ESO,
hasta que dejó los estudios para currar
en la construcción porque en casa ha-
cía falta el dinero. Aún así, fue capaz
de reengancharse al pupitre y sacarse el
curso de acceso a la Universidad para
mayores de 25 años. Quería estudiar
y se matriculó en la UNED. Comenzó
Historia del Arte. Pero un día de trabajo
en la obra, o en el campo, o donde le lla-
maban, era demasiado duro para hincar
codos después.
Asentado desde hace poco en una
empresa de trabajos agrícolas, Miguel
ha logrado fijar una rutina que tiene
dos vertientes muy marcadas: trabajo
y pintura. Su dormitorio es un estudio
en miniatura, con el caballete junto a la
cama y aparejos desperdigados “¡Parece
la habitación de un pintor bohemio del
dieciocho!”, bromea. Y por si fuera poco,
entre pinturas y pinceles emergen ingen-
tes cantidades de miniaturas de plomo y
de plástico. Soldaditos de Napoleón, de
la Guerra Civil…Reducciones de 15 mi-
límetros de plomo o de 28 milímetros de
plástico salpican por doquier la alcoba
de Miguel. “Me encanta esa afición y me
gusta mucho pintarlas”.
Naturalmente, un pintor aficionado a
la recreación ecuestre y militar, y aman-
te de los soldaditos en miniatura tienes
muchas papeletas de ser fan de Augusto
Ferrer Dalmau, el gran pintor realista
de la milicia española a lo largo de los
siglos. “Es el número uno, sin duda”.
Sigue sus obras por Internet, las mira y
remira, engulle detalles y disfruta con-
templando sus cuadros. Sin embargo,
Miguel no busca imitar a nadie. Inició
un curso en la Universidad Popular
pero lo dejó en seguida. “No tenía pa-
ciencia” –admite-. Así que ha aprendido
solo, a base de fiascos, de folios rajados
y de tardes enteras perfeccionando tra-
zos. “A veces miro un lienzo en blanco
y me tiro horas mirando”. Como en
tantas ramas del arte, la inspiración es
Recreación de Mosén Diego de Villegas pintada por Miguel Morales