Gaceta de La Solana
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Reportaje
un libro “que explicaba lo de señalar”. Y
claro, una mente inquieta como la suya
rumió rápido. Cogió a su hermano y se
fueron a las eras altas a probar. “No di-
gáis que señaláis pozos que se van a reír
de vosotros”, les decía el padre.
Pero no tardaron en ‘descubrir’ las
primeras corrientes de agua subterrá-
neas, sobre todo para agricultores de
Bolaños de Calatrava. “Venían los bola-
ñegos a mi casa para que fuera a señalar,
a veces hacían cola”. La única condición
es que el primero lo llevara al terreno
y el último lo trajera de vuelta al pue-
blo. “Cuando voy por Bolaños todavía
hay gente que dice ‘¡por ahí va el de los
pozos!’”.
Le pedimos ejemplos y sonríe bur-
lonamente. Asegura que ha ‘señalado’
docenas de pozos por toda la comarca,
pero le gusta detenerse en dos o tres ca-
sos concretos. “¿Conoces el restaurante
‘El Queso’, un poco más allá de Madri-
dejos? Lo hicieron gracias a mí”. Dice
que fue a través de Antonio
‘El Picoco’
,
que conocía al dueño del terreno. Tenía
una casa de comidas y quería bajarla a
orillas de la carretera. “Me llevó en su
Land Rover y empecé a señalar hasta
que bailaron las varillas, puse un punto
y al poco sacaron agua”. Así fue como
construyeron el conocido restaurante,
a pie de la general, ahora autovía A4.
“Todavía se puede ver el pozo del que
siguen sacando el agua”.
En otra ocasión lo llamaron para se-
ñalar en un terreno cerca de Bolaños. El
dueño lo llevó como última esperanza.
“Cuando llegué había ingenieros con un
montón de aparatos y decían que allí no
había agua”. “Cogí las varillas y al rato
bailaron; allí estaba el agua”. Y también
le gusta recordar el patatal de El
‘jaro
culete’
-que así llamaban al dueño-, otro
hortelano de Bolaños. “Llegamos con
la barrena de Elviro, señalé un venero
y apenas tenía agua, pero como la va-
rilla me daba mucha fuerza le dije que
ahondara otros treinta metros y salió un
chorro de miedo”.
Antonio pasea feliz por su olivar. Se
nota que le gusta el campo. Su hijo José
María nos acompaña. “¡Este también tie-
ne la gracia!”, exclama. De repente, clava
su mirada en la mía. “¿Quieres probar?”.
Me lleva sobre una tubería de agua cerca-
na, pero no hay manera. “¡Cógelas bien,
hombre!”. Imposible, aquello no se movía.
“¡Ná, tú no vales para esto!”, me suelta con
cierto desdén.
El viejo zahorí comprende mis dudas,
mis recelos y nota que algo no me cua-
dra. “Hay mucha gente que no se cree
todo esto, pero allá ellos”, suelta con des-
dén. Entonces le pregunto por su nivel
de aciertos. “A veces bailan las varillas y
no hay agua, lo que hay debajo es greda
o pizarra”. En realidad, un zahorí dice
que las varillas, o la técnica del péndulo,
detectan corrientes de agua y también
vetas de minerales, como precisamente
la pizarra o la greda. Y lo que tampoco
puede precisar es la calidad del agua.
Según Antonio, por El Cristo hay un
agua muy buena, pero tirando para In-
fantes hay un rodal grande de agua sa-
litrosa, y en El Peral muchos pozos de
agua agria, que atasca los goteros”.
El ‘oficio’ de zahorí no tiene recono-
cimiento profesional. Camina envuel-
to en ropajes de leyenda, y de creencia.
Para muchos es una opción con la que
pierden poco. No tiene ninguna tarifa.
Cobra eso que se llama ‘la voluntad’.
“Unos te regalan un jamón, otros te
dan cincuenta euros… ¡y algunos no te
dan ni las gracias!”, refunfuña. Conste
que Antonio no es el único zahorí de
La Solana, aunque seguramente sí es el
más célebre.
¿Una cuestón de fe?
Creer en el poder de un zahorí puede
ser un ejercicio de fe. O no. Se basa un
supuesto don para detectar estímulos
magnéticos y radiaciones mediante un
cuerpo emisor tan primario como una
vara de oliva o un péndulo, herramientas
ad hoc
para descubrir agua escondida, sin
más. Suena anacrónico en la era de la so-
fisticación, con modernos equipos de in-
vestigación hidrogeológica, incluidos los
flamantes drones. Es más, abundan los
estudios y experimentos que desmienten
la eficacia de esta técnica, y mucho más
la existencia de una fuerza paranormal
que guíe al rabdomante. Por el contrario,
sus defensores no tienen dudas de que el
ser humano es sensible a determinadas
variaciones magnéticas del terreno, que
se manifiestan mediante la persona y la
técnica adecuadas.
Sea como sea, el objetivo de este re-
portaje de GACETA no es que el lector
crea o descrea. ¿Hay agua debajo de unas
varas que bailan al cielo? Usted mismo.
Antonio lleva toda su vida ‘señalando’ pozos