

Gaceta de La Solana
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Ha sido noticia
P
aulino
S
ánchez
“E
stando Jesús sentado enfren-
te del arca de las ofrendas,
observaba a la gente que iba
echando dinero: muchos ricos echaban
en cantidad; se acercó una viuda pobre
y echó dos reales. Llamando a sus dis-
cípulos, les dijo: “Os aseguro que esa
pobre viuda ha echado en el arca de las
ofrendas más que nadie. Los demás han
echado de lo que les sobra, pero ésta,
que pasa necesidad, ha echado todo lo
que tenía para vivir.” (Evangelio de San
Marcos, capítulo 12).
Este paisaje evangélico narra la obser-
vación que hizo Jesús de esa presencia
humilde e inadvertida de una mujer
viuda, que entregaba su donativo en el
templo, pequeño a los ojos de los hom-
bres, pero grande a los ojos de Dios.
Esa mujer es una de las pocas viudas
anónimas de la que encontramos datos
históricos. Porque viudas en los reinos
hay muchas, a menudo regentes hasta la
mayoría de edad de su primogénito.
Obvia decir que son pocas las que apa-
recen en La Solana, aunque hayan sido
muchas miles las que han pasado por ese
trance. Pero sí hay una solanera viuda con
constancia histórica que vivió en el siglo
XVII. El 6 de mayo de 1610 contrajo ma-
trimonio en nuestra localidad Catalina de
Santos y Santos, que vivía en la calle de
Toledo, actual Don Rodrigo. Su marido,
Juan González de Domingo y García, fa-
llecía poco después y Catalina construyó
durante su viudez en su casa una capilla,
con las imágenes de la Concepción, San
Francisco de Asís y San Antonio de Pa-
dua, que posteriormente quiso transfor-
mar en Beaterio, entonces prohibidos.
Ya en el primer tercio del siglo XVIII se
construyó la ermita de San Miguel, que
estuvo a punto de ser convento de mon-
jas, al donar para ello otra solanera, Isabel
María de Salazar, una elevada cantidad de
dinero. En la actualidad no existe la ermi-
ta, tan sólo el recuerdo para las personas
de cierta edad de la fuente de San Miguel
y la denominación de calle Beaterio, que
conserva precisamente desde finales del
siglo XVII.
Los que tenemos cierta edad podemos
rebobinar en la moviola cerebral y re-
cordar a aquellas mujeres enlutadas, al
más puro estilo Casa de Bernarda Alba,
que para salían a comprar de riguroso
luto, con medias del mismo color, aun-
que fuera julio o agosto. Durante largo
tiempo, esas mujeres no podían asistir a
ningún tipo de espectáculo o diversión,
por completo prohibidos para ellas. Sólo
al cabo de los años, bastantes, podían ir
dejando el luto completo para vestir lo
que se denominaba “medio luto” y mu-
chas, sobre todo las más mayores, se-
guían hasta el final teñidas de negro.
Hasta hace no mucho la mujer casada
no podía tan siquiera disponer de sus
propios bienes sin autorización del ma-
rido. Como tampoco podía emprender
un negocio sin su beneplácito, ni soli-
citar un pasaporte. Hasta bien avanza-
da la década de los ochenta del pasado
siglo, si el marido fallecido era socio de
una cooperativa agrícola, la titular no
aparecía con su nombre y sus apellidos
en el contrato de la entidad, sino que al
nombre del marido se le anteponía el de
“Viuda de…”, lo mismo que en una fá-
brica de hoces y tantos otros casos. Eso
suponía su una invisibilidad legal de por
vida, hasta que la legislación corrigió esa
injusticia y la viuda de pasó a ser socia de
derecho con su propia identidad.
La primera Asociación de Mujeres no
nació en La Solana hasta 1988, hace 27
años. Después han sido muchas las que
se han ido organizando. Y aunque to-
das tienen entre sus socias a viudas, no
fue hasta hace dos años cuando apare-
ció una asociación integrada completa-
mente por mujeres en ese estado civil.
Y cuando se constituyó, las fundadoras
acordaron denominarla de Nuestra Seño-
ra de Peñarroya. Y es que María, la Madre
de Jesús, también vivió parte de su vida
como viuda de San José, aunque no es
muy habitual que el momento de la muer-
te de José el carpintero se refleje en la ico-
nografía, ya que es habitual ver a María y
José camino de Belén, con los Reyes, en la
huida a Egipto o cuando el niño se pierde
en la visita al templo de Jerusalén.
Pero en el interior del Santuario de
Nuestra Señora de la Encarnación de
Peñarroya, en el lado de la Epístola, sí
podemos contemplar una pintura que
entra dentro de las denominadas col-
gaduras, una especie de simulación de
escenario de teatro. La historiadora
Pilar Molina la describe de la siguiente
forma: “En la escena superior encontra-
mos al Arcángel San Gabriel entre nu-
bes de ángeles orantes, ceñida su frente
con una diadema de oro y piedras pre-
ciosas. Con la mano izquierda sujeta un
ramo de azucenas blancas. La escena
inferior representa la muerte de San
José, asistido por Cristo y la Virgen. Un
ambiente celeste, entre nubes y ángeles
cantores, rodea la escena”.
De este modo, los solaneros sí pode-
mos visualizarla cuando accedemos
al interior de la ermita del Castillo de
Peñarroya, construido por la cofradía
solanera. En esa pintura aparece una
mujer viuda, la Virgen María. No ha-
béis podido escoger mejor nombre por-
que María perdió, como vosotras, a su
marido. Adelante.
*
Desde aquellas mujeres enlutadas…
Las mujeres viudas han vivido épocas muy sombrías