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Gaceta de La Solana

38

Reportaje

Un solanero en medio de Irma

G

abriel

J

aime

B

ernardo Márquez Manzano es

un auténtico trotamundos, un

tipo audaz, sin fronteras. Tie-

ne 44 años y lleva más de dos décadas

viviendo fuera de La Solana, dieciocho

de ellos fuera de España. Ha vivido en

Londres, en Lisboa, en New York, y los

últimos 7 años en Miami. Por su tra-

bajo viaja sin parar, maleta en mano,

permitiéndole conocer muchas partes

del mundo. Pero también le ha tocado

vivir catástrofes no naturales, como al-

gún atentado, y naturales como un te-

rremoto en Chile, así como tormentas

de nieve impresionantes, tornados, etc.

Pero la distancia no aleja a Bernardo

de sus raíces. Suele venir en Navidad y

en verano. Quiere que sus hijos puedan

conocer y disfrutar de las virtudes y ca-

lidad de vida del pueblo, que él mismo

disfrutó en su niñez. Está casado con

una francocatalana y sus dos vástagos,

nacidos en New York, “son ciudadanos

del mundo”, dice. Presume de ser hijo

del Cheri y nieto de Bernardo Villa. Y

es que, aunque no tenga fronteras, La

Solana sigue siendo su referencia.

Escribo estas líneas un mes después del

paso del huracán Irma por Miami (USA).

Sus efectos aún se pueden notar en las

calles. Pero ¡por dónde comenzar! Los hu-

racanes en USA son monitorizados desde

su generación desde el centro nacional de

Huracanes, NOAA Hurricane Centre, que

precide rutas, intensidad y dimensiones.

Sus cálculos son bastante exactos. Los

expertos informan que esta temporada ha

sido tan intensa por la creciente tempera-

tura del agua de Atlántico debido al calen-

tamiento global.

El domingo 3 de septiembre, ante las

informaciones de la llegada de Irma como

un megahuracán (categoría 4-5) y debido

a que nosotros vivimos en zona de evacua-

ción B (la A son las islas/cayos) en la bahía

frente a Cayo Vizcaíno, decidimos reservar

hotel en Orlando, más al interior de Florida.

Ese día hicimos acopio de comida y agua.

En los supermercados se notaba más de-

manda de la habitual, con falta de vituallas.

El lunes 4 de septiembre fue festivo, ‘la-

bor day’, y yo viajé por trabajo a San Fran-

cisco, suponiendo que la llegada estaba

prevista para la madrugada del domingo

y la ruta no era definitiva. Al llegar a San

Francisco, con los compañeros del congre-

so comenzamos a comentar que la ruta ya

era segura y que el huracán entraría entre

Miami-Dade y Broward Country. El gober-

nador de Florida informó de la evacuación

de los cayos hacia el norte y empezó el

caos porque Irma pasaba a ser el mayor

huracán de la historia conocida. Mi mujer

estaba nerviosa porque los colegios habían

cerrado y decidí regresar el miércoles por

la noche antes de que pudieran cerrar ae-

ropuertos. Llegué a Miami el jueves.

Ese día el gobernador informó que era

necesario evacuar Miami y todo el sures-

te. Comenzaron a cerrar edificios y a in-

formar que el viernes se suspendería toda

actividad. Las colas para salir de la ciudad

eran kilométricas, con atascos bestiales,

sin existencias en los supermercados, sin

gasolina en las estaciones y la ciudadanía

con los nervios a flor de piel. Cenamos

con unos vecinos y una amiga, experta en

catástrofes naturales, nos dijo que como

nuestro apartamento tiene cristales an-

ti-impacto y shutters (cortinas metálicas

para proteger las ventanas), es un lugar

seguro para pasar el huracán. Aunque nos

advierte que si finalmente llega con toda

la fuerza, arranca alguna ventana y co-

mienza a succionar, nos metamos en una

habitación sin ventana y si, aún así, arran-

case la puerta, vayamos a la escalera de

incendios interior, de hormigón armado.

Así que, aunque teníamos pensado salir

Árboles arrancados de cuajo en medio de la ciudad