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Gaceta de La Solana

24

Reportaje

Escuela de Folklore, la cantera de nuestra memoria

Cuarenta niños aprenden los bailes tradicionales manchegos. Todo un ejemplo de lucha

por preservar la danza más autóctona.

A

urelio

M

aroto

P

or fortuna, está de moda cuidar

el patrimonio, preservar las tra-

diciones, impulsar el costum-

brismo… Otra cosa es que se consiga,

según qué sitio. Al menos, ya no se de-

rriban torres de iglesias, ni palacetes de

ilustres familias, ni casas solariegas de

rancio abolengo. En La Solana ha ocu-

rrido, y no hace tanto. Por desgracia,

claro. La autoridad del momento, tan

laxa muchas veces, debe ser guardián

de esas joyas materiales.

Entre esas tradiciones, entre ese cos-

tumbrismo, se encuentra nuestro

folklore. El más autóctono. Un bien in-

material que tenemos el deber de cuidar.

Aquí, la autoridad tiene cosas que decir,

pero es la propia sociedad quien al final

decide si desea mantenerlo y exhibirlo

como homenaje constante a nuestro pa-

sado, y también como rasgo de orgullo

en nuestro presente. Ahí es donde jue-

ga un papel importante la Agrupación

Folklórica “Rosa del Azafrán”, crisol que

amasa un caudal impagable de cultura

popular en forma de música y danza

manchega. La más nuestra. Su escuela

de folklore constituye el venero necesa-

rio de donde debe emanar el futuro.

Si el recordado

Hermano Capirote

le-

vantara la cabeza, podría volver a mo-

rir tranquilo viendo a 40 niños y niñas

ensayando todos los sábados las piezas

que él mismo enseñó durante décadas.

Necesitamos más

hermanos capirotes

capaces de mantener viva la llama. Y

existen. Juanfran García-Abadillo re-

presenta esa llama. Entró con 8 años

al grupo y tiene 30. Aprendió con clá-

sicos como Gregorio Uriel y de muje-

res como Tere Sánchez, María del Mar

Simón o Gabi Delgado. Recuerda bien

aquellos ensayos en el garaje de Gre-

gorio y en el antiguo Centro de Salud,

donde comenzó la primera escuela a

mediados de los 90. La cosa no cuajó y

acabó desapareciendo.

Eso sí, dio tiempo para que aprendiera

María José del Olmo, que entró con 3

años y el joven Juanfran acabó siendo

su maestro. De aquella escuela, sólo

quedó ella. Andado el tiempo, Juanfran,

María José y Toñi del Olmo forman un

triunvirato que tira del carro.

Cuando hay actuaciones,

siempre llega alguien nuevo

Cada sábado, los chiquillos llegan al

ensayo semanal en los sótanos de la

Casa del Niño, en la calle Zaragoza. Lle-

van diez años trabajando allí, donde la

Agrupación “Rosa del Azafrán” tiene

su sede. Entre medias de un casete que

reproduce los bailes y una imponente

vitrina de trofeos y presentes que resu-

me la brillante historia del grupo, María

José comienza el trabajo. Hay mayoría

absoluta de niñas, 32 en total, por 7 ni-

ños. Tienen entre 5 y 15 años. Ensayan

una hora semanal, excepto cuando se

acerca alguna actuación, que aumentan

el ritmo.

A pesar del evidente desfase entre ni-

ños y niñas, la escuela parece estar en

forma. “Tener a cuarenta no está mal”

–nos dice Juanfran-. Además, siempre

que hay actuaciones viene alguien nue-

vo. “Lo ven en los medios de comuni-

cación y se apuntan”. Es una mezcla de

iniciativa propia y empeño de los pa-

dres, que juegan un papel decisivo. “Sin

el apoyo de las familias sería imposible;

gracias a ellos estamos aquí”. Juanfran y

María José están contentos y agradeci-

dos con el compromiso de los chavales,

pero sobre todo con el aliento constante

de sus familias, moral y material. “Los

trajes los confeccionan las madres, in-

cluso los costean”.

Foto de familia de nuestra Escuela de Folklore.

María José enseña el paso a los jóvenes bailarines.