Gaceta de La Solana
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Reportaje
“Llevo el esparto en la sangre”
Diego García de Dionisio, al que todos conocen como “Pío”, nos cuenta su pasión por la pleita
A
P
Aulino
S
ánchez
unque su casa se encuentra
en la calle Alhambra, a pocos
metros del que se denominó
Parterre y ahora es el colegio Romero
Peña, su interior se puede confundir
perfectamente con una casa del popular
barrio del Santo. Y es que su propietario
es Diego García de Dionisio Moreno, al
que todos apodan Pío, un hombre que
lleva en la sangre la elaboración de mul-
titud de objetos hechos con esparto. Sus
raíces son santeñas, aunque hasta hace
un par de años no comenzó a dedicar
varias horas al día a realizar diversas
creaciones artesanas con este vegetal,
tan solanero.
Más que por su nombre, su familia es
conocida como los Píos, si bien nos
recuerda que él viene de la raza de los
Picones, pero el padrastro de su madre
se llamaba “Agustín Pío”, y se dedicaba
a repartir agua con una cuba, oficio que
luego heredó su padre, por lo que la gen-
te siguió hablando de “la cuba de Pío”.
El apelativo fue heredado por sus siete
hijos, tres mujeres y cuatro varones.
Uno de esos hijos es Diego, que con sólo
7 años de edad ya comenzó a trabajar
en las duras labores del campo, prime-
ro llevando una cabra, luego trabajando
como gañán, también como jornalero,
incluso ha sido bodeguero, encargado
de arreglo de caminos, así como aveza-
do podador de olivas. Un todoterreno
que fue enseñando en esos menesteres
a su hermano Agustín, quien llegó a al-
canzar fama en este oficio.
Una afición tardía
Agustín nos muestra con orgullo en
su domicilio alguno de los múltiples
objetos que elabora diariamente, algo
que viene haciendo desde hace apenas
cuatro años. Una afición tardía, sí, pero
insiste en que es algo que llevaba muy
dentro desde que tenía uso de razón. El
esparto se impregnó en su interior de-
bido a sus orígenes santeños. “A mi pa-
dre siempre le tiró hacer útiles en casa”.
“Tanto si hacía falta una espuerta, un
baleo, o lo que fuera hecho con esparto,
lo hacía él mismo”.
Fue su padre quien preparó un serijo
para cada uno de sus siete hijos. Cuan-
do Agustín se dedicó a cultivar azafra-
nales, se atrevió a confeccionar sus pro-
pios cestos roseros de pleita auténtica,
tan típicos en la recogida de la rosa del
azafrán.
Pero desde hace unos cuatro años co-
menzó a realizar manualidades, entre
ellas cestos, revestimiento para botellas y
bombonas, bandejas para el pan, bolsitos,
salvamanteles… “A veces llegan sus hijos
o mis nietos y me piden que les haga algo”.
Él saca de su imaginación cualquier cosa,
desde paneras a fruteros, pasando por
agüaeras, hasta pequeños serijos. Y nos
muestra algo recién concluido, como es
una cama para un perro que le ha pedido
un nieto que vive en Madrid.
Muchas peticiones
Pío nos dice que suele dedicar un par
de horas por la mañana y otro par de
horas por la tarde, hasta que se cansa
y lo deja. El resto del tiempo lo dedica
a otros menesteres domésticos. Pero al
día siguiente vuelve a sentir ganas de
coger la aguja. Todo lo hace porque le
gusta y no estar parado, atendiendo
muchas de las peticiones que le hacen,
fundamentalmente sus familiares, que
tienen multitud de objetos realizados
por sus hábiles manos.
Lo mismo que los hijos y nietos de los
toreros llevan en la sangre el arte tau-
rino, Agustín Pío lleva en la sangre ese
trabajo con esparto, tan tradicional, tan
nuestro, que a lo largo de tantos años
se trabajó en el barrio del Santo. Aun-
que ahora no viva allí, su interior vive
impregnado de un oficio que no le ha
enseñado nadie, ahora convertido en
mera afición. Pero siente sus raíces en
aquella zona tan solanera, poblada por
gente trabajadora incansable, que tanta
fama dieron a la localidad por su que-
hacer artesano.
Diego Pío y algunas de sus creaciones al fondo.
Una pequeña muestra de las creaciones de Pío