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Gaceta de La Solana

8

El Tema

a jugar al billar español a tres bandas.

Y otros muchos iban llegando a la re-

postería, cuya barra se convirtió en un

icono de la hostelería local y comarcal.

Una barra de postín

Es imposible no mencionar la figura

de Agustín Romero de Ávila “Agustini-

llo”, el gran repostero del casino durante

su época dorada. “Venía gente de fuera

a la barra de Agustín, que traía el mejor

marisco de Alcázar con su seiscientos”.

El salón de la repostería, que mira a la

calle Cervantes, se llenaba a menudo,

sobre todo los fines de semana. Muchas

cuadrillas de matrimonios copaban la

barra y las mesas mientras sus hijos co-

rreteaban por las inmediaciones. “Los

niños daban mucha guerra, corrían por

el vestíbulo, por los salones y se dejaban

los grifos abiertos; nos ponían en un

compromiso a los conserjes, la verdad”.

El jolgorio alcanzaba su clímax en car-

naval, cuando el casino se llenaba a re-

bosar. “He visto discusiones serias por

coger una mesa en el salón”. Domingo

y lunes eran los días más fuertes, con

las orquestas que contrataba la directiva

sin parar de tocar en largas sesiones de

tarde y de noche.

Millones sobre

el tapete de juego

El ingreso ordinario más importante

del casino era vía socios, con el pago de

sus recibos y las temidas cuotas extraor-

dinarias. Pero había otras fuentes de

financiación también relevantes, caso

de la cuota de entrada o el alquiler de

la barra. Cantidades más o menos fijas

que garantizaban el mantenimiento de

la sociedad. Sin embargo, el juego era

otra posibilidad de ganancia. El salón

de arriba habilitaba un apartado, lejos

del mundanal ruido y de mirones incó-

modos y tal vez indiscretos. Allí reinaba

el gilé y el doy. Todos los días había una

partida de gilé con siete u ocho socios,

que los fines de semana subía y en Na-

vidad se cuadriplicaba o quintuplicaba.

Eran mesas largas donde el conserje ha-

cía las veces de crupier.

Diego Velasco recuerda (sin dar deta-

lles ni citar nombres) que algunos so-

cios jugaban fuerte, sobre todo el día de

Nochebuena. “A partir de las doce co-

menzaban las apuestas gordas, a puerta

cerrada”. “Algunas veces jugaban hasta

las seis de la mañana, cuando venían

las mujeres a limpiar”. Se podían mo-

ver más de 20 millones de pesetas y una

Navidad (no recuerda cuál) el casino

recaudó 1.200.000 pesetas. “Se pujaba

la baraja y el casino se quedaba con el

5 por ciento”.

Incluso hubo un bingo. En el año 1976

se instaló una sala en el salón de la re-

postería. Venía una empresa de fuera

que pagaba al casino una parte de sus

beneficios. “Todos los días al anochecer

se bajaban las persianas y aquello se lle-

naba”. Pero duró sólo unos meses, hasta

la feria. Aún así, dio para construir los

servicios de la planta baja.

La decadencia

La cuesta abajo del Casino La Unión

comenzó en la década de los 90 del si-

glo pasado. La pérdida de socios fue

gradual y al principio leve, pero impa-

rable. El problema es que las solicitudes

de ingreso de nuevos socios dieron un

frenazo. Las bajas, en su mayoría por

defunción, hacían el resto. La apari-

ción de nuevos locales hosteleros bien

equipados, por supuesto con entrada

gratuita, unido al simple cambio de cos-

tumbres en la organización del ocio de

las familias, aceleró, y sigue acelerando,

la caída. Hoy, el casino ofrece lo mismo

que hace medio siglo: una mesa con

cartas, un periódico, un bar, calefacción

en invierno, un partido de pago… nada

que no pueda ofrecer cualquier otro lo-

cal hostelero.

Con todo, la sociedad resistió bien la

sangría de socios. De hecho, hasta el

año 2000 se mantuvo por encima de los

600, cifra que ahora sería un sueño. Los

datos son fríos como el hielo y revelan

un desplome brutal en los últimos años.

Para muestra, el siguiente cuadro:

Año*

socios

2006

410

2008

342

2010

292

2012

216

2014

155**

*A comienzos **143 en octubre

Fuente: Casino La Unión

Desde luego, pintan bastos. A este

ritmo, al casino le quedarían pocos te-

lediarios. Los presidentes y directivos

que han permanecido al frente de la

sociedad en estos últimos años han in-

tentado mover ficha. De forma más o

menos atinada, pero lo han intentado.

En el año 2008 se eliminó un conserje,

al que se indemnizó con 18.000 euros,

pero cuyo gasto anual colaba los 17.000.

Tras la jubilación de Diego Velasco ni

siquiera hay conserje. El casino no po-

dría permitírselo. Las cuotas han subi-

do de 40 euros bimestrales en 2010 a

60 euros en la actualidad, de las cuales

hay dos de 90 euros. Solo esta “subida

de impuestos” ha permitido sostener

el presupuesto anual de ingresos, que

este año se ha fijado en 70.000 euros.

No está mal teniendo en cuenta que en

2006, con más de 400 socios, rondó los

85.000.

Pero los gastos fijos siguen ahí, con

dos empleadas de limpieza contratadas

a media jornada, más los gastos co-

Sala de billar en la primera planta.