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Gaceta de La Solana

7

El Tema

1868. Sí hay un acta del año 1887, re-

dactada por el secretario de entonces,

Ramón María Díaz-Cacho (antepasado

del actual alcalde), que comienza así:

“en la Villa de La Solana, a 20 de ene-

ro del 1887, reunida la junta general de

socios de este casino bajo la presidencia

de D. Ramón Campillo y Ruíz, éste ma-

nifestó que el objeto de la reunión era

abrir nueva discusión acerca de la ad-

quisición de un local para este Casino…

D. Francisco Ocaña manifestó la conve-

niencia de adquirir el edificio conocido

con el nombre de Hospital, para cons-

truir en él dicho Casino”. Se deduce, por

tanto, que la Sociedad es anterior.

El devenir del casino a lo largo del si-

glo XX estuvo jalonado por varios mo-

mentos significativos, incluidos altos y

bajos. Pero está marcado a fuego el año

1962, cuando se concluyó la ampliación

que dio origen al edificio actual, con

su monumental fachada a las calles Sa-

grario y Cervantes. “Es lo mejor que se

ha hecho en nuestro pueblo desde que

yo tengo uso de razón”, publicaba un

artículo de opinión el periódico local

Manantial el 25 de julio de ese año. El

escrito decía: “esta satisfacción ha de ser

sincera a la vista de todo cuanto se ha

realizado: fachada, vestíbulo, escalera,

calefacción, cabina telefónica, salones,

repostería, retretes… Todo cuidado,

pintado y limpio… Luz, ventilación,

amplitud, tonos claros y agradables en

el decorado que invitan a la alegría y la

paz”. Era presidente Manuel Palacios

Gallego.

No todo el mundo tenía riñones para

hacerse socio de número. El interesa-

do debía pagar un fijo de entrada, que

a principios de los 70 llegó a las 24.000

pesetas, más la cuota periódica. Ade-

más, existían otras limitaciones esta-

tutarias y sociales. En las primeras, el

reglamento del año 1951, ratificado en

el de 1975, decía lo siguiente en su ca-

pítulo III, artículo 14: “Todo individuo

que careciendo de instrucción elemen-

tal pueda considerársele como analfa-

beto, bajo ningún pretexto podrá ser

admitido como socio”. También había

un sesgo claramente masculino. El ca-

pítulo IV, artículo 18 decía: “Todo socio

tiene derecho a disfrutar de las ventajas

y beneficios que la sociedad proporcio-

ne, los cuales serán extensivos a su es-

posa…”. Los estatutos vigentes, de junio

de 2010, eliminó el artículo referente a

los analfabetos y cambió la palabra “es-

posa” por la de “cónyuge”.

Luego estaba el asunto político. En di-

ciembre de 1940 se constituyó la Comi-

sión Depuradora del Casino La Unión,

a propuesta de la Jefatura Local de Fa-

lange Española. Huelga decir que hubo

un tiempo donde se prohibió la entrada

a los “desafectos” al nuevo orden fran-

quista. Y otro tiempo donde no había

prohibición oficial, pero sí te señalaban

con el dedo, que a veces es peor.

Los buenos tiempos

Al margen de sus aristas sociales y su

olorcillo a jet, el casino fue creciendo.

En 1975 rebasaba los 800 socios, canti-

dad que se mantuvo durante una déca-

da larga. Fueron los mejores años de la

institución, que alcanzó su pico máxi-

mo en 1988, cuando llegó a los 862 abo-

nados. Los años 60 del pasado siglo, aún

más los 70, incluso los 90, constituyeron

la edad de oro del Casino La Unión.

Diego Velasco García fue conserje del

casino durante 38 años. Entró por vo-

tación asamblearia en la feria de 1975,

compartiendo equipo con Benicio Re-

guillo y Antonio Mateos “Carreras”,

aunque éste último se marchó un año

después y fue sustituido por Ángel Mo-

reno. En la mente de Diego permane-

ce intacta la historia de la época más

pujante del casino. “Por entonces era

una odisea entrar como socio, porque

tenían que pagar 17.000 pesetas o más,

necesitaban el aval de cinco socios y te-

nía que aprobarlo la general”.

Pero ser socio del casino era, hasta

cierto punto, un signo de distinción.

Las fuerzas vivas de la época compar-

tían tertulia diaria con industriales,

comerciantes, pequeños patronos agra-

rios… Y cada sector tenía su círculo de

influencia. Es muy conocido cómo de-

terminados socios aglutinaban “poder”

para acabar sacando adelante, o derri-

bando, propuestas de la Junta Directiva

a la asamblea general.

En sus años buenos, el casino era un

hervidero de gente todos los días. “Los

socios llegaban por la mañana a leer el

periódico y echar su partida; se junta-

ban sesenta o setenta”. Diego recuerda

que una mañana llegó tarde y un socio

había saltado por una ventana para abrir

la puerta. Tal era la fiebre por el casino.

Por las tardes se llenaba el salón grande

con mesas de tute, dominó y partidas

del platillo. Algunos, los menos, subían

El amplio vestíbulo de entrada del casino.

Salón principal.