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Gaceta de La Solana

62

Colaboraciones

De codornices, sardinas

“a la solané” y otros escabeches

T

enemos los manchegos una sóli-

da, sabia, y además sabrosa coci-

na madre. Es ésta, en gran medi-

da, hija del ingenio y la necesidad, así

como de la endémica escasez alimenta-

ria de tan sobrias tierras. Mantiene, de

paso, un ancestral sustrato, entre cóm-

plice y heredero, con la tradicional co-

quinaria andalusí -tanto hebrea como

morisca-, con la que antaño cohabitó

en tan vasto territorio. De las múlti-

ples cocinas hispánicas que conforman

el tronco común de la española, es la

manchega -aunque siempre módica y

parca en productos- un humilde pero

sustancioso y recio baluarte. Aporta su

primigenio y campero origen pastoril,

su cumplido recetario arriero y cinegé-

tico, y el soporte de la esforzada y franca

cocina de la gañanía.

Como quiera que el post-canicular

septiembre manchego acapare la madu-

rez natural del ciclo de nuestras huertas,

y en él se despabile la caza de tórtolas y

palomas torcaces, así como la de las mi-

méticas y escurridizas codornices, se di-

ría que, en tal punto, alcanzamos la cita

anual con la volatería para escabeche.

Nada más seductor para cenar en los

mansos anocheceres otoñales que un ali-

ño de tomates, pepinos, cebolletas y acei-

tunas, como plato satélite y escudero de

unas nobles, tiernas y delicadas codorni-

ces en escabeche. Ni que decir tiene que

perdigones y perdices cumplen también

el mismo cometido.

Es sabido, por el común del acervo po-

pular, que el escabeche no pasa de ser,

tras el cocimiento o fritura del alimento,

un simple marinado de éste con un pre-

cocinado de caldo de vinagre, aceite frito,

vino blanco, unos cascos de cebolla, sal,

laurel, algunos granos de pimienta, clavo,

ajos y…pimentón! -humilde sustituto del

aristocrático azafrán-; amén de un cierto

tiempo al sereno para que la semicon-

serva integre los sabores. También reza el

usual saber que es condumio de notable

guarda y bonanza estacional y que se sirve

frío o ligeramente tibio.

La presumible paternidad del plato se

orienta hacia la cocina arabo-persa, y

estaría vinculada a la coquinaria man-

chega desde época omeya o almohade.

Corrobora tan atrevida presunción la

deriva del término árabe “iskbág” que

significa guiso con vinagre, y que se pro-

nuncia en rifeño o árabe magrebí, “iske-

bech”. Prosperó la idoneidad del término

en el siciliano “schivecch”, y también en

el ligur-genovés “scabeccio”, dialectos

de pueblos mediterráneos con afinidad

a la cultura musulmana. Años más tar-

de, nuestra receta tomó su nombre -en

préstamo- del catalán “escabetx”, que ya

aparece en el medieval “Llibre de Sant

Soví”, de 1324, al que se alude en tres de

sus guisos; y sobre todo en las partidas

de perdices y pescados escabechados del

renacentista “Libre de Coch” de 1520,

de Rupert de Nola, cocinero del rey de

Nápoles, Ferrante, pariente borde de la

casa real de Aragón. Sin embargo, en La

Solana, se aceptó la fórmula que, para

escabechar perdices, compuso el des-

pensero de un colegio mayor salmanti-

no, Domingo Hernández de Maceras, en

el capítulo XXVIII de su librito “Arte de

Cozina” (1607).

Por otra parte, nuestro muy mengua-

do acceso -en el pasado- a las pesque-

rías marinas, supuso que los cuaresma-

les y ascéticos escabeches de sardinas,

boquerones, besugos o atunes, fueron

de suyo -en La Mancha- bastante tar-

díos. De hecho, fue Francisco Martí-

nez Montiño, cocinero del muy católi-

co -y meapilas- Felipe III, a principios

del siglo XVII, el que en su recetario

“Arte de cozina, bizcochería y conser-

vería”(1611) “popularizó” el reputado

escabeche de besugo para la realeza.

Con menos empaque, pero también

hija del extremado tino entre la prolija

elaboración y justo equilibrio en el pru-

dente uso del vinagre, la mesura en las

especias y la crocante turgencia de las

sardinas así adobadas, nace la ingenio-

sa destreza de escabechar “a la solané”.

Consistía esta suerte de aderezo –según

mi tía-, en rebozar los pescados –antes

de sofreírlos- en un cernido de machu-

cados garbanzos recién tostados y su

posterior majado con morunas espe-

cias. Majado que mi tía abuela materna,

Juana Antonia, custodiaba celosamente

y que confería a bastantes de sus platos

una exótica y singular exquisitez.

Conocedora de aquel extraño sorti-

legio coquinario, mi tía escabechaba a

todo bicho viviente que fuera comesti-

ble, y lo hacía con un ingenio propio de

Ferrán Adriá y una pericia digna de “la

mujer manchega” de Machado. No le

iban tampoco, en ese menester, a la zaga

-ni en lo talentoso y ni en lo atinado-,

las caseras y esmeradamente embotadas

perdices que, muchos años más tarde,

Santos y mi hermana Gabi aderezaban.

Se beneficiaban, eso sí, de la abundancia

de piezas abatidas tras las “berlanguia-

nas” cacerías que trufaban los campos de

Montiel después de algún repetido epi-

sodio de “la escopeta nacional”.

Válgame, además, el artículo para

apuntar a gastrónomos e iniciados, al-

gunas notas sobre el hosco maridaje

que los escabeches, en general, sostie-

nen con el vino. Requieren tan agrestes

guisos, vinos blancos espumosos, friz-

zantes, o sutilmente golosos, con la Tra-

miner, el Godello y la Viognier como

bandera. Pueden servir, igualmente,

algunos finos o manzanillas andaluces,

así como las vinificaciones secas de las

malvasías de Sitges y Canarias.

J

esús

V

elacoracho

J

areño

(B

arcelona

. N

oviembre

2015

Codornices.