GACETA DE LA SOLANA Nº285 - DICIEMBRE 2020

69 Colaboraciones me. Me compuso una orcilla repleta de berenjenillas hendidas; con un buen machuque de ajo, su aliño cominero, pimentón de la Vera, sal y vinagre; más el trozo de pimiento rojo asado prendi- do a ellas con palitroques de hinojo. Lo que se dice un adobo cabal. Sépase que no le dimos el "chisque" -participé en la cochura- porque salieron algo desabri- das y un punto blandurrias, acabando aquello en tornadizo y agrio berenjenal. Más cordial resultó mi infantil encuen- tro con los broncos barreños de enton- ces. Mira por donde, mi abuela debía seguir -sin saberlo- la tradición pagana de los solsticios célticos. Y, hete ahí, que coincido -con mis cinco años y recién llegado de Lérida- con la noche de la víspera de San Juan. Es fácil imaginar mi repeluco por el matinal baño san- juanero que "gocé" en un barreño de agua fría -eso sí, bendita por el Santo y macerada al sereno con fores y ramas aromáticas- con que espabilaron mi despertar. Si el baño sosegó mi talante, lo del zurra dominguero, en lebrillo orlado, destapó mi precoz vocación de alquimista. Y es que mis tíos mozos -entonces eran cinco-, con la llegada del buen tiempo, comenzaban su estival temporada de zurra. Como sea que mi natural curioso ya despuntaba, me enfrasqué en el segui- miento del esmerado "cóctel" vinatero en el que mis tíos se afanaban. Con- taban con el vino de una redoma, fo- rrada con pleita esparteña, de media arroba -sumida ésta en el fresco vien- tre del pozo salobre-; ponían, además, un búcaro con una cocción de canela, junto a otro con una dilución de vino/ azúcar, hasta conseguir el "placet" y punto de dulzor deseados. Le añadían gaseosas frescas y ¡fruta!, mucha fru- ta; sobre todo limones; muchos limo- nes, tanto en tirabuzones de su pelle- jo, como en rodajas y exprimidos; y, además, si era temporada y había, lo más celebrado de todo: le echaban un picadillo de ¡albérchigos, duraznos y fresquillas! Ni que decir tiene que con todo aquel pantano de vino fresco y fruta se con- formaba un lustroso lebrillo de zurra del que mis tíos, con animoso temple y pocillo a pocillo, daban -durante la tar- de y con ayuda de sus amigotes- cum- plida cuenta. Sépase que los cañamo- nes fritos, guijas blandas, "alcagüetes" con costra, garbanzos "tostaos" y otros bordes forrajes componían el resalado picoteo. Menos recuerdo guardo de los "colao- res" a que se refere la seguidilla; supon- go que eran una suerte de fltros de loza con brocal que servían para recuperar -en una vieja alcuza- los restos de acei- tes refritos en las sartenes domésticas. Aceites que una vez fltrados, hirvien- tes, batidos y revueltos, siguiendo una formula y proporción con sosa cáustica, alumbraban el rústico y borde jabón de artesilla. Un guiño ecológico -hijo de la penuria- de antaño y anticipo del actual reciclaje que, hoy -más de sesenta años después-, el sentido común alerta y el respeto al medio ambiente exige. Desde Cataluña Jesús Velacoracho Jareño

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