GACETA DE LA SOLANA Nº285 - DICIEMBRE 2020

23 Entrevista Ángeles en Madrid, tras su destrucción parcial por los milicianos, fue rebauti- zado como “Cerro Rojo”, y la prensa del momento no se cansaba de ensalzar con orgullo a “las gloriosas milicias rojas”. Quiero decir con esto que el rojo era el color de la protesta social y de la revolución desde que se constituyó la Asociación Internacional de Traba- jadores (1864) o incluso antes, como rojas eran las banderas, la iconografía y los símbolos del movimiento obrero en sus distintas variantes (aunque los anarquistas añadieron también el ne- gro). En pos de resaltar el componente de lucha por la democracia que habría tenido el combate contra la rebelión militar, el movimiento memorialista suele ignorar o pasar por alto esta di- mensión, y es que en los años treinta para gran parte —si no la mayoría— de la izquierda obrera el objetivo no era la construcción y preservación de la democracia liberal (“burguesa” la ad- jetivaban), sino, según los casos, llegar por el camino que fuese al socialismo, a la dictadura del proletariado, al co- munismo libertario y, en general, a la sociedad sin clases. Es decir, aquellos revolucionarios estaban orgullosos de sus convicciones y esto se tiende a de- jar de lado en la actualidad. Ahora que tanto se habla de “memoria histórica”, ¿dónde ha quedado la memoria de la revolución? Dicho lo cual, el título original del libro iba a ser La Mancha de sangre, pero ra- zones editoriales y de mercado llevaron a que se impusiera el otro título, sin duda más sonoro y comercial. Y sí, mi construcción no tiene nada que ver con la mitología franquista, como puede comprobar cualquiera que lea el libro, aunque sólo sea porque, en la jerarquía de mimbres que apuntalan mi interpre- tación, el hecho decisivo para entender aquella catástrofe fue el golpe, y no la supuesta e indemostrada amenaza re- volucionaria que habría llevado al mis- mo, como sostuvo hasta la extenuación la propaganda de la dictadura durante cuarenta años. Si después de leer los diecinueve capítulos del libro cupie- ra alguna duda sobre mi enfoque, que no creo, cualquiera que lea el epílogo fnal, donde de forma muy condensa- da me acerco a las claves y cifras de la represión de posguerra, se percatará de mi abierto distanciamiento de la visión franquista. ¿Por qué sostienes que sin el golpe mi- litar no habría habido guerra? Lo sostengo yo y la inmensa mayoría de los historiadores. La idea de que la guerra era inevitable y la obligada con- secuencia de la “polarización” de la sociedad española en la primavera de 1936 o incluso desde octubre de 1934 no se sostiene, por más que así se nos vendiera durante muchas décadas. Es- paña vivió una situación de fuerte en- frentamiento entre distintos grupos y de profunda alteración del orden públi- co en aquellos meses decisivos, con un mínimo de 450 muertos por violencia política y en torno al cuádruple de he- ridos. Pero el golpe se venía diseñando desde antes de que todo eso ocurriera. Y sin el golpe las aguas no se habrían desbordado como lo hicieron a partir del 17-18 de julio. Porque ante un Ejér- cito unido, cualquier intentona insu- rreccional auspiciada por la extrema iz- quierda o la extrema derecha —sectores que sí buscaban abiertamente el enfren- tamiento armado— hubiera sido derro- tada sin paliativos. El golpe se cargó esa cohesión y, desde ese momento, el Es- tado democrático perdió el monopolio legal y legítimo del uso de la violencia, abriéndose la puerta de par en par a la guerra, la revolución y la contrarrevo- lución. P. De hecho, alguien te dijo: “si Fran- co no se levanta, a mi padre no lo ma- tan”… R. Sí, una de mis entrevistadas de dere- chas, mujer sumamente lúcida y valiosa cuyo nombre me ahorraré. Tal afrma- ción resulta de lo más sensata. Al dar el golpe, y al no sumarse la totalidad del Ejército, los conspiradores sólo pudieron controlar aproximadamente la mitad del territorio. Con ello provocaron el estalli- do revolucionario—impensable antes de la guerra— frente a cuya amenaza decían levantarse en armas, conformándose en la zona leal al gobierno de la República una gigantesca bolsa de rehenes con las gentes de convicciones conservadoras. La inmensa mayoría de esas personas no pertenecían a la extrema derecha ni estuvieron implicadas en el golpe. Sólo minorías exaltadas participaban de aquel aventurismo insensato. El resultado del levantamiento fue que entre 50.000- 60.000 ciudadanos de derechas pagaron el precio de las represalias planteadas en respuesta a los militares rebeldes. Fue una lógica de acción/reacción donde todos los diques saltaron por los aires. Tras obviar su enorme res- ponsabilidad en ese estallido y con el consiguiente lavado de cerebros de por medio, la dictadura se empeñó a posteriori en la apropiación de las víctimas de la revolución, elevándolas a la categoría de “mártires”. Con ello buscó forjar vínculos de sangre con sus familiares y allegados. Pero no de- biera pasarse por alto que tales vícti- mas no llegaron a intuir siquiera que el resultado de la contienda habría de ser una longeva dictadura, y cabe du- dar de que la mayoría de las mismas se hubieran identifcado con tal régimen. Ni que decir tiene, y amén de los más de 300.000 caídos en el frente sumados los dos bandos en liza, de las al menos 130.000 víctimas de izquierdas causa- das por los sublevados en su respectiva retaguardia durante la guerra y luego en la posguerra nadie se acordó hasta la llegada de la democracia. P. ¿Cuál fue la lógica que inspiró aque- llas matanzas? R. Una lógica de limpieza política selec- tiva dirigida al control del territorio en unas semanas y meses cruciales, en los que se buscó fjar las líneas del frente y derrotar a los rebeldes. No se trató de una lógica de exterminio —con la sal- vedad quizás de la población religiosa y del minúsculo falangismo—, sino del descabezamiento del adversario: por eso se mató sobre todo a las personas que en el período previo habían tenido algún tipo de protagonismo público o liderazgo político a distintas escalas. Liquidando a las élites se buscó para- lizar al conjunto del mundo conserva- dor, considerado un potencial caballo de Troya de los golpistas. Y eso mismo, pero con las gentes de izquierdas, es lo que hicieron los sublevados en los terri- torios que fueron conquistando. P. ¿Por qué la autoridad se vio a menu- do tan sobrepasada? R. Por la sencilla razón de que el pro- nunciamiento militar asestó un golpe brutal que mermó las fuerzas del Es- tado republicano. Por eso el Gobierno, no sin grandes reticencias, se vio en la obligación de armar a las milicias que al instante organizaron las fuerzas políti- cas afnes, partidos y sindicatos obreros en particular. Tales milicias acudieron

RkJQdWJsaXNoZXIy NTEwODM=