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Gaceta de La Solana

26

Reportaje

‘Risas’ en el lugar más inhóspito

H

ace unas semanas preparé, junto

con mi familia, el equipaje. Me

disponía a volver, por decimo-

cuarta vez, a los Campamentos de Refu-

giados Saharauis, cerca de Tindouf, en

Argelia. Han pasado casi 17 años desde

el primer viaje y me sigue invadiendo la

misma emoción, los mismos sentimien-

tos encontrados desde aquella primera

experiencia, que tanto me marcó.

Los campamentos se sitúan en uno de

los lugares más inhóspitos del planeta, la

hamada

o desierto pedregoso del Sáha-

ra. Los habitan unos 150.000 saharauis.

Los

nadies,

que diría Galeano, aunque

para nosotros tienen nombre y también

rostro, pese a que llevan allí olvidados

más de 40 años, injustamente, (viviendo

en casas de adobe que compartimos en

nuestras visitas), por la desidia y el des-

interés de muchos países, entre ellos Es-

paña, que posee una deuda histórica con

el Sáhara, su última colonia.

Cada vez que visito los campamentos

siento que algo ha cambiado. Este año

la situación era desoladora. A la pobre-

za inherente a un campo de refugiados,

que depende exclusivamente de la ayuda

internacional, se han unido las lluvias

torrenciales, que raramente ocurren en

el desierto y que asolaron y derruyeron

la gran mayoría de las rudimentarias vi-

viendas de adobe y jaimas de tela. Vivo

con tristeza, observando cómo la espe-

ranza que irradiaban los saharauis aque-

llos primeros años, se torna en desespe-

ranza, en futuro incierto, en sospecha de

lejano ruido de tambores de guerra en el

horizonte.

A pesar de todo, los saharauis son-

ríen, derrochan hospitalidad. Me paso

el día rodeado de niños alegres que me

piden alguna chuchería, que juegue con

ellos… con su sonrisa perenne, felices,

pese a encontrarse confinados en ese

enorme reloj de arena que es el cam-

po de refugiados saharauis. Durante

algo más de una semana vivo, junto a

mis padres, en un continuo vaivén de

sentimientos opuestos. Por un lado, la

desesperanza de tantos jóvenes de mi

edad abocados a un futuro sin futuro,

muchos con carreras universitarias que

Niños saharauis en Tinduf.

Tinduf, un lugar olvidado.

no pueden ejercer, y que miran a un

mañana que no son capaces de alcan-

zar. Los hospitales carecen de cualquier

tipo de servicios, de medicamentos; los

colegios están obsoletos, sin material,

sin equipamiento… Por el contrario,

disfruto perdiéndome en conversacio-

nes y risas eternas en torno a un sinfín

de vasos de té, o dejándome abrazar por

puestas de sol y cielos estrellados tan

inmensos como la profunda mirada de

esos ojos azabache.

Una vez más, y pese a conocer los cam-

pamentos desde hace mucho, volvemos

con lágrimas en los ojos, con una inex-

plicable sensación de vacío. Una parte de

nosotros se queda en el Sáhara, vagando

con el siroco, abrazando a los saharauis

y llevándoles esperanza. Dejamos allí

a nuestras niñas, que ya son parte de la

familia, anhelando que llegue el vera-

no para acogerlas en nuestra casa, para

contagiarnos de su felicidad, de sus risas,

para que nos den más de lo que reciben,

y para evitarles que tengan que pasar un

verano extremo en la ya de por sí extre-

ma tierra donde pasan el resto del año.

Desde estas páginas de Gaceta, me gus-

taría animar a las humanitarias familias

de nuestro pueblo a acoger a un niño o

niña saharaui durante el verano, a dejar-

se contagiar por su alegría y a crear un

precioso vínculo de amor recíproco que

durará toda la vida.

S

ebas

D

e

L

ara