Gaceta de La Solana Nº 240 - page 81

Gaceta de La Solana
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Colaboraciones
Y
a hemos acabado de recoger la
cocina y por fin podemos irnos
un rato a siesta para combatir
ese calor (se adivina por el patio de lu-
ces) porque dentro de la casa todas las
habitaciones están frescas. Donde daba
gusto vivir después de la siesta era, se-
guramente, como en todos los patios de
La Solana, en el porche. Nos reuníamos
cada tarde en el fondo del porche, en el
rincón de los baúles y de las arcas. Allí
reinaban dos tumbonas; una ocupada
por mi prima mayor, que nunca dor-
mía la siesta, y otra reservada a mi tío,
que echando su pequeña cabezada co-
tidiana, soñaba quizás con su juventud,
cuando tocaba su guitarra con la pan-
dilla de músicos de su pueblo, o cuan-
do echaba sus partidas de cartas en el
Casino con sus amigos de siempre. O
tal vez soñaba con sus días alegres en
compañía de su novia. No lo sabremos
nunca, pero sí sabemos que mi tío esta-
ba siempre de buen humor y nos recibía
con estas palabras “¡ya salís de la siesta!”
o “¡por fin salís de siesta!”.
Desde Francia
Recuerdos de un ayer no tan lejano
La tarde se anunciaba espléndida y
cada una de nosotras, un grupo com-
puesto por mozas y mujeres, nos en-
ganchábamos cada una a nuestra labor
charlando y riendo hasta el atardecer,
hora del paseo con las amigas. Había
varias sillas, altas y bajas, y nos sentá-
bamos cada una en la que nos gustaba,
según lo que pedía labor que teníamos
entre manos. Las sillas bajas eran más
cómodas para las actividades de cos-
tura, de bordados, de ganchillo o de
punto. Las altas eran más apropiadas
para descansar cuando habíamos aca-
bado nuestras labores y nos prepará-
bamos para merendar. Nuestra tía nos
traía unas magdalenas o unas tortas
que comíamos con mucho afán. ¡Qué
ricas estaban!. En el fondo, pegado en
la pared, había un sofá que sólo servía
de adorno.
Mientras trabajábamos, las lenguas
no paraban. Cada una contaba lo que le
pasaba por la mente. Mi tío nos contaba
chistes para hacernos reír. Muchas ve-
ces, una vecina llegaba de visita y nos
contaba lo que había pasado en su vida
durante el año transcurrido.
¡Qué tardes tan agradables hemos pa-
sado todos esos anos!. Nadie ni nada
podrá quitarnos esos recuerdos mara-
villosos de nuestra cabeza. Cuando iba
poniéndose el sol, mi tío salía a regar sus
geranios y sus periquitos, que perfuma-
ban todo el barrio. Así llegaba la hora
de prepararnos para juntarnos con las
amigas. Entonces nos íbamos a dar una
vuelta por la plaza o por el parque…*
Catherine y Mari Díaz del Olmo
l’isle sur la Sorgue (Francia)
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