GACETA DE LA SOLANA 312
Gaceta de La Solana 42 Reportaje Perico, el hombre que pasea entre flores e historia Pedro Navarro, Perico el de las flores , vive feliz en su particular jardín de venta de plantas, y junto a su fabulosa colección de herramientas, utensilios y aparejos de antaño. Hemos entrado en su particular ‘santuario’. G abriel J aime T odo en la vida depende del co- lor del cristal con que se mire. A simple vista, unos distinguen un florido patio ajardinado repleto de utensilios de antaño. Otros, aprecian una especie de museo etnográfico en- galanado con plantas. La miscelánea forma dos contextos en un mismo lu- gar que merece una visita pausada, y si puede ser, guiada por su artífice. Así es el sorprendente y casi inaudito santua- rio de Pedro Navarro, más conocido en La Solana como ‘Perico, el de las flores’. Un extenso rincón, ubicado en la calle Calderón de la Barca, donde conjuga sus dos grandes pasiones: la botánica y la antropología descriptiva. Desde niño, comenzó a sentir de- voción por la flora en general y por la recopilación de objetos antiguos en particular. “Siempre me han gustado las plantas, y también atesorar cosas de an- tes. Cada vez que iba a las eras, me traía algo para casa”, confiesa a GACETA. Ese fue el germen de un florido -y florecien- te- negocio, y también de una dilatada colección de herramientas y utensilios que representan la cultura material de sociedades remotas. Tras pasar por el altar, le propuso a su esposa montar una floristería. Rosa tenía experiencia detrás del mostrador y Perico aportaría sus conocimientos autodidactas en materia hortícola. “Me gustaba el oficio y poco a poco fui aprendiendo”. Llegaron las plantas, las flores y más tarde, añadieron cerámica y otros artículos decorativos. Rosales, geranios, petunias, pilistras… son algunas de las especies más deman- dadas, según cuenta. Hortensias, bego- nias, coleos, acacias, pendientes de la reina o costillas de Adán también son del agrado de una clientela poco docta. “La mayoría no entiende de esto. Piden una planta que dure siempre, que se pueda dejar en la sombra… y eso no puede ser”. “No es poco que se dejan aconsejar”. Un negocio sacrificado Por su dilatada experiencia, con más de treinta años en el oficio, cree que se ha ido perdiendo el gusto o la afición por las plantas. “Antes era muy habitual ver pa- tios llenos de macetas con muchas espe- cies. Pero precisaba de mucho esfuerzo para mantenerlas bien, y ahora el tiempo y el trabajo no lo hacen posible”, admite. En la misma línea, habla de su profesión. “Es un negocio muy sacrificado porque tienes que estar todos los días. Hay que regar las plantas (cada una con un riego diferente), acondicionarlas, trasplantar- las, quitar las hojas secas y mantenerlas hasta su venta”. Las acacias, por ejemplo, empiezan a estar bonitas al segundo o tercer año, un periodo demasiado con- siderable como para hacer caja pronto. Algunos clientes llegan más instruidos, aunque a veces, pretenden plantas o flo- res poco idóneas para el clima de aquí. Hay variedades como jazmines o pal- meras, que ya empiezan a adaptarse al terreno debido al cambio climático. Pero la fiebre dura poco. “Se llevan las plantas, pero luego se van de vacaciones y…”. Un universo etnográfico Con el tiempo, entendió que podía maridar las flores con vetustos útiles de épocas pretéritas. Así es la estampa de un improvisado y espontáneo museo etno- gráfico que no deja a nadie indiferente. “A mucha gente le gusta, pero otros me preguntan por qué no tiro tantas cosas viejas”. Las opiniones tienen que ver con la edad de los visitantes. ¿Y eso qué es?, preguntan los jóvenes. Todas las paredes están repletas. Destaca la exposición de herramientas y útiles de labranza de an- taño. Una pala de ablentar, un cribón, una viédega, arreos de caballerías, una trilla de mulas y otra de borrico, un hor- cate, una toza, arados… Muchos tienen más de un siglo. “No tienen valor econó- mico, pero sí histórico y sentimental. Paseando por ese inmenso y laberín- tico recorrido, se puede apreciar algún carro, y partes de una tartana y una galera. Rastrillos y arnerillos para los azafranales, gatillos para ratones y pá- jaros, y perfectamente enmarcados en una vitrina, las tradicionales albarcas, peales de costales viejos y el típico pa- ñuelo de hierbas. También vemos una recopilación de hoces, otra de hachas, así como tijeras de podar y para esqui- lar. Perfectamente colocados, varios lo- tes de cerrojos, llaves y cerraduras an- tiguas, y unos rutilantes llamadores de las puertas. Hay pesas añejas y balanzas Perico, junto a un carro de varas.
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