GACETA DE LA SOLANA 312
Gaceta de La Solana 118 Colaboraciones Guarnicionería. Dentando una hoz a mano en una fragua de La Solana. El pequeño Sebastián ¡ El impetuoso corcel sale de la carpinte- ría, baja corriendo por la calle Cánovas del Castillo y gira noventa grados para seguir veloz y ligero por la de Emilio Nie- to. De pronto, frena en seco para pararse delante de la guarnicionería del hermano Ángel Candelas. Allí está él y sus dos ope- rarios trabajando el cuero con la lezna y el hilo de bramante, con el martillo, los re- maches… Colgados de las paredes y por el suelo, toda clase de aperos de labranza para los animales. Pero sus ojos se paran, ansiosos, en los carteles taurinos que cuel- gan de las paredes; le parece que cobran vida y que, en una combinación de vivos colores y emoción, torero y toro le ofrecen un espectáculo de arena y sol en la plaza. ¡Hoy, el recorrido cambia, pues el en- cargo paterno (lo llamábamos “ir a hacer mandaos”) le hace dirigirse al estanco de la Nicanora a por tabaco: -Ve al estanco y me traes un paquete de caldo, para liar. ¡El pequeño Sebastián, de ocho o nueve años, emprende de nuevo una veloz carre- ra, esta vez hacia la calle Alhambra, que lo dirige, primero, a la puerta acristalada del sastre. Es la primera parada. Allí observa, embelesado, cómo Tomás y sus operarias se dedican a mover aguja e hilo para en- samblar las piezas de ropa, que converti- rán en trajes para ellos y en vistosos vesti- dos para ellas. ¡No gasta demasiado tiempo, pues le espera otra más larga y más deseada: en la esquina con la calle Manos de Oro, en la que se encuentra el estanco, está la fragua de las hoces. Aquí se entretiene un rato. Un operario mete el hierro en el fuego y lo saca después, candente, para darle for- ma curvada a golpes de martillo sobre un pequeño yunque; otro, también sobre una especie de yunque, golpea rítmicamente con un pequeño cortafríos y un martillo la hoz ya acabada, grabando en ella una hi- lera de dientes afilados destinados a segar el trigo; en otro lugar, un tercer operario in- troduce un mango de madera por la punta de la hoz y la remacha, dejándola lista para ser usada. Las hoces llevan un sello que pone “La Pajarita”. Finalmente, llega a su destino, pide lo encargado y vuelve a la carpintería co- rriendo, como siempre. Y, como de costum- bre, el mismo reproche paterno: -¿Cómo es que has tardado tanto? Y la misma respuesta: - ¡Es que estaba lleno de gente! Sebastián Gertrúdix Romero de Ávila
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