GACETA DE LA SOLANA 312

Gaceta de La Solana 102 Caminar y contar A las máquinas de escribir E n los años 60, 70 y 80, tan men- cionados y recordados, era fre- cuente encontrarte por las calles de La Solana a muchachos y muchachas, siempre por la tarde, que dejaban todo para asistir a clases de máquina. “Voy a máquina”, se solía decir. La mecanogra- fía estaba de moda, en pleno auge. Si esa frase que se dice ahora para cualquier cosa (hasta el fontanero de la publicidad que corta el salchichón, lo dice) “eres un máquina” se hubiera inventado enton- ces, nos imaginamos la juerga en clase, y al salir de clase. Y tras un año o así, con tanto entu- siasmo como sueños de cara a un futu- ro como administrativo en el pueblo o fuera, sacábamos el título de mecanó- grafo. ¡Cuánto tenemos que agradecer a las dos academias -ignoramos si hubo alguna más- que prepararon a tantos jó- venes! Muy buenas y familiares, se iba con confianza y alegría. La ayuda del profesor, siempre atentísimo y cordial, era fundamental. En esas clases de me- canografía, el alumno se convertía en un autómata al pie de un teclado. Cada dedo debía colocarse sujetando la letra que le correspondía y en el orden que citamos: el meñique izquierdo con la a, el derecho con la ñ, los anulares enci- ma de la i y la s. Y así, los demás de- dos. Aquello era para vernos, todos tan dispuestos, tan en silencio, como en un examen casi para una oposición o una notaría, o a un banco; o, sencillamente, para comprarnos una máquina y escri- bir en casa. Todos recibíamos cartas o felicitaciones escritas a máquina. Mis tíos, tres, tras darle al martillo y al yun- que en sus fraguas, cogían su Olivetti para contar a sus clientes de España o de Marruecos las excelencias de sus ho- ces. ¡Ay, y nosotros, tras la escuela y el balón, estábamos allí! Y nos mandaban a Correos a llevar sus cartas. Y de paso, al estanco a por unas letras de cambio y unos paquetes de Celtas. Así se iba escribiendo la historia. Pequeñas grandes historias, entraña- bles, románticas, llenas de ilusión, sin prisa. Si entrábamos en una oficina o a un despacho, lo primero que mirá- bamos era la máquina, si como la de la academia o parecida a la que queríamos comprarnos algún día. Veías a algún compañero de clase y recordando las doscientas cincuenta pulsaciones por minuto surgía el tema de la máquina, si habíamos visto alguna, el precio, el color… Y comentábamos lo buena y duradera que era la que tenían nuestros padres o hermanos. Todos a la máqui- na. Veía una en casa, pero siempre, o casi, estaba ocupada. Buscaba huecos muchas tardes, o algún viaje por lugares de La Mancha. Y ya me sentía casi como mi padre. Era, y es, de color negro, de los años cincuenta, con miles de cróni- cas en sus teclas. Si hablara… Habíaen lacalleFeriadeLaSolanauna buena tienda de electrodomésticos y de máquinas de escribir. Al pasar, veíamos varias en el escaparte, no había día que no nos paráramos a mirarlas. Al poco, ya había dos en casa. Esta era, y es, ver- de. Aquí la vemos, con esta croniquilla, y que dure. ¡Muchas gracias, padre! Ya tiene más de medio siglo. El señor de la prensa nos proporciona de alguna casa superviviente de Madrid las cintas Peli- kan de toda la vida. Y que no se acaben. ¡Cuánto bueno se podría escribir de las máquinas que tanto han dado a tantas profesiones! Y es una gran pena que, en unos años, hayan quedado ol- vidadas. Pero nos reconforta saber que en muchas casas las conservan, y las utilizan. Las vemos en alguna película “antigua”, o en series como a la que nos llevó nuestro buen amigo y paisano José Ruiz Pacheco junto con su espo- sa Magdalena Velacoracho: “Acacias 38”. Trabajaban como figurantes y allí, entre tantos elementos que vimos en el plató, destacaba una vieja máquina de escribir. De quién sería… Luis Miguel García De Mora La Olivetti de 'Caminar y contar'.

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