GACETA DE LA SOLANA 311

Gaceta de La Solana 52 Caminar y contar DE PATIOS Y NOCHES AL FRESCO U na de las muchas cosas que se echan de menos en la ciudad son los patios, nuestros patios de toda la vida, que tantísimos ratos nos dieron —y dan— de descanso, de char- la, de cenas… “Pasad al patio, que esta- remos más fresquitos”, se solía decir en tiempos de puertas abiertas y cortinas (aún siguen las cortinas). En Alcalá de Henares visitamos, y a veces en compa- ñía de amigos de La Solana y uno “de la mili” de Calzada de Calatrava, Pablo, más otro bueno también de Osa de la Vega, Sergio, que nos ha cedido una fotografía para este artículo (mucha Mancha en la ciudad cervantina), un patio, varios, en ocasiones en silencio, en otras, llenos de visitantes; y a diario, lugar de estudiantes que entran, salen, se sientan a repasar sus exámenes… Pa- tios históricos con huellas de escritores, arciprestes, poetas o actores como Al- fredo Landa o el hijo de Gregory Peck, Tony, cuando los vimos en los años 90 rodando una dramática escena de esa buena película llamada El río que nos lleva, y gran novela del escritor José Luis Sampedro. Nos referimos, y es para sen- tir orgullo, a algo grande y cercano, la muy célebre Universidad, que hasta en verano nos hace disfrutar con concier- tos, ballets internacionales o zarzuelas en los días de feria. Muy bueno todo, la vida de antes, de hoy, la vida que nos lleva y nos enseñó a amar, a sentir, a recordar, deseando si fuera posible volver por un momento atrás, al pueblo, a la familia, a la casa. La vida alrededor de un patio en los veranos solaneros que parecía que no iban a acabar nunca. Dichosos los que siguen teniendo su patio y ven el cielo nada más levantarse, y algún pajarillo en el tejado. A eso sólo se le puede lla- mar paz. Y saldrá muy temprano la ma- dre con su regadera sempiterna a dejar todo lo fresco que pueda el ambiente, las plantas, tal vez una higuera o una parra. Un amigo de la calle Ancha, tras la paliza de los juegos interminables en la calle, sudorosos, polvorientos, nos llevaba a la muchachada a su casa, a su patio grande, con pozo además. “¡A ver si os vais a caer al pozo!”, decía su madre desde la cocina. Y ahí, ya al atardecer, la rematábamos. Quedaban días de ve- rano. Historia de un patio, de los patios, tantas se podrían escribir de nuestros patios manchegos-solaneros que fue- ron —y son— escenario importante de todo tiempo de costuras, de baños en el recio tinajón, de fotos entrañables… Patios donde veíamos llover, que luego se cubrieron con toldos o monteras de cristal; patios de carros, otra historia, con mucho trajín y los gañanes prepa- rados bien temprano, mientras las mu- jeres barrían la calle, ay. Patios, en fin, para visitar y disfrutar de bailes o expo- siciones como el del palacete del conde de Casa Valiente, que tanto gustó a los inolvidables Analía Gadé y Juan Luis Galiardo. Y tantos. Y ahora, a la calle, a la puerta, que también nos acordamos de ellas en la ciudad. Memorables noches de verano que vivimos antaño, para haberlas fil- mado y verlas ahora en esas “teles” tan enormes. No había horario para reti- rarse a nuestras alcobas, o salas, como las llamaban algunas señoras “de antes”. Una vez, y muchas, recordamos que nos dieron las 2, más que a Joaquín Sabina, y a todo el pueblo, sin duda; vimos pa- sar a todos los novios que volvían de su ronda, a los que salían de los cines, y a otros que, por afición o que eran así de flamencos, iban cantando, en solitario a viva voz, y buena, además. Sentimos si se ha perdido tan curiosa costumbre. Había noches de juntarse media vecin- dad en una misma puerta, traían sus si- llas bajas y el corro era grande. Tertulias en el calor-frescor de la noche. Otros, en el poyete, y tan a gusto. Hasta el gato salía a ver la “función” y si caía algo para él al vernos comer pipas, del puesto o del melón de mediodía, sin parar. Espe- ramos que siga tan entretenido y viejo oficio, y que no se pierda nunca. LUIS MIGUEL GARCÍA DE MORA Grupo de vecinos al fresco

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