GACETA DE LA SOLANA 308
Gaceta de La Solana 54 Caminar y contar L uis M iguel G arcía de M ora C omo siempre ha sido, las muje- res primero. A diario, sábados incluidos, en La Solana, por sus calles, se veían grupos de muchachas que iban a coser, a bordar, a estar horas y horas sentadas en sillas más o menos cómodas, bajas normalmente, en las más de una docena de sastrerías y va- rias fábricas de confección. Daban color y alegría a la villa de la Rosa del Azafrán desde muy temprano, las claras del día, hasta el atardecer y más, “nos daban las 10 (Joaquín Sabina lo “copió” des- pués…) muchas veces”, nos contaba al- guna de ellas en una ocasión. Había un zapatero de los muchos y buenos en la calle Cárcel Vieja, Martín Arrones, que, junto a su empleado, tenían, y todos, una jornada larga con tanto arreglar zapatos y botas, tanto como la pandilla que bajaba por allí hacia el recordado “El Capricho”, otra buena escuela para las modistillas. Al pasar por su puerta, ya se conocían bien, exclamaba a modo de saludo cariñoso: “Ya vais”. “Sí, se- ñor Martín, a por la labor”, y sobre las 2, el atento señor: “Ya venís”. A las 4 y sobre las 8, se repetía la historia. Mu- chas veces nos cogía ahí con ambos y otros tertulianos de categoría como los herreros que había en frente. ¡Grandes momentos aquellos de un tiempo irrepetible, ay! Hablando de tertulias, no habrá sitios en La Solana como la lon- ja a donde iban —y que sigamos yendo toda la vida— otro tipo de pandillas, hombres mayores de los llamados “curtidos por el sol”, y bien curtidos en sus oficios y batallas… Esas viejas y benditas piedras son testigos de tantas historias allí contadas. Y la pla- za, claro, en silencio o en días de fiesta. Ellos, fieles, vivieran cerca o lejos, en su “puesto” y a su hora. Nuestro recuerdo y nuestro amor para tantos que pasaron y pasan por tan tra- dicional y hermoso lugar. Hubo un tiempo de pan- dillas viajeras. Personas que des- aparecían por una semana; salías y las echabas de menos, un vecino, un amigo de la escuela, o nuestro amigo Pablo del que tanto hablamos, sin ir más lejos, que una oposición a Correos lo mandó a Barcelona y luego a Alcalá. Salían el domingo por la tarde y por la noche, o el lunes de madrugada. Volvían el viernes. Como una quintería pero sin campo, ni gachas, ni la familia al lado. Aventura en la gran ciudad, a una pensión más o menos cerca de la obra, o de la cafetería, o universidad. Ellos solían decir “estoy de patrona”. Nosotros, también al llegar a Alcalá. Estando ya la “Sepulvedana” en la plaza Mayor o junto a la casona de don Diego, veíamos pasar los viernes por nuestra calle a alguna de esas pan- dillas expectantes por ver a la familia, a la novia, a volver a degustar la comida casera.Dos días que estiraban lo más posible para ir al cine, al fútbol, a salu- dar a los amigos de aquí… O hacer una visita a la Virgen de Peñarroya. No podremos olvidar otras pandillas que recorrían nuestras calles también con equipaje que no eran maletas o bolsos de viaje, llevaban una talega con el “menú” del día y muchos una buena bota de vino —ambos cariñosamente elaborados en el pueblo— y a echarse al camino o a pie o en bicicleta, o a es- perar que los recogiera un tractor a las afueras. O carros y galeras años atrás. ¡Cuánto se ha trabajado, luchado, pe- nado, madrugado! Aceituneros, vendi- miadores, gañanes, azafraneros… Mu- jeres entre ellos, por supuesto. Y las pandillas de salir, quedar, siempre es domingo como el título de aquella película de María Mahor y Carlos Larrañaga que veríamos todos en el Cervantes. Lo de ir al cine seis o siete muchachos, uno compraba las entradas, los otros las pipas, chicles, garbanzos, otro fumaba un cigarri- llo… Ya se formaba ambiente, y gran- de, antes de entrar. El grupo de chicas por otro lado, pero sin cigarrillo, sólo visita al puesto de aquellos legenda- rios señores como Morales, Sabino, otro de un matrimonio, más los típi- cos garbanceros. Desde el sábado ya se quedaba; había varias formas: ir llamando casa por casa, “ah, ya estáis aquí, pasad, termino de arreglarme y nos vamos”, debajo de los soportales de la plaza, si llovía, o en la misma puerta del cine, del baile, del casino, de los billares, del parque… Que sigamos quedando siempre. De aquellas pandillas Cuadrilla de jóvenes bajando por la calle Concepción en los años 70.
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