GACETA DE LA SOLANA NÚMERO 302

Gaceta de La Solana 48 Colaboraciones “ Hoy he vuelto a pasar por aquel ca- mino verde...” rezaba un edulcorado bolero que cantaba Angelillo -no el solanero, sino el de Vallecas- que com- puso Carmelo Larrea a mediados de los cincuenta, y que mi madre entonaba dis- traída cuando hacía sábado. Viene este asunto a cuento porque cada vez que vuelvo a mis orígenes, a La Sola- na, aprovecho para darme una vuelta por la serena paz de la placita de El Cristo. Y es que le tengo un débito natural ya que soy, por lado paterno, cuarterón de cristeña. Lo triste es que me aflijo en la visita; y es que yendo allí por la carretera que cru- za el ahora vacío y árido cauce del río, me agobio viendo cómo está: La ceñuda postal de un wadi sahariano. Una zanja áspera y parduzca; ribeteada de juncales marchitos, espadañas romas, carrizos y maraña seca. Vamos, el fatal contraste con lo que canta el “camino verde” de la tonadilla. Copla que perifraseo, ahora, al combinar ese verde ca- mino con aquel riachuelo verde que fue el Azuer de mis lejanos días adolescentes. Uno, que fue mal ciclista pero fino explorador, rondó en vacaciones -eso sí, con paso algo lerdo y manso golpe de pe- dal- por los lugares que el río urdía con su tornadizo zigzagueo entre junqueras crecidas tras los sotos de ribera. Encla- ves como el cristeño Molino de los Mo- ros, Marantona, la noria/huerta de Casa Sagasta -antes del pantano-, la Mina, el Cubo, el Puerto; incluso deduje que Los Palacios, más que casa de labor, fue mu- tatio o posta romana que amparaba a quienes cruzaban tan desoladas tierras. No cejó ahí mi empeño de rastreador zangolotino y empecé, yéndome aguas abajo del río, a buscar adónde quedaba la fértil huerta que mi tío Gabriel cultivó du- rante años; y es que para mí estaba, según recuerdo, frente a unos álamos y a medio camino entre la carretera del Cristo y la de Valdepeñas. Ni que decir tiene que busqué y rebusqué el pequeño azud huertano que consentía bañarnos hasta pasada la Feria -frenando el río con el portillo- e inundar liños de matas de guindillas, pepinos y calabacines; pimientos lamuyos verdes y rojos; tomates para pisto y entreverados; berenjenas panzudas y de Almagro; pata- tas; cebollas, lechugas, perejil y albahaca; melones mochuelos, sandías, calabazas y girasoles. Un fértil plantel verde criado en la manchega vega del Azuer. Y vuelvo al engolado bolero de Angeli- llo, que canta “La fuente se ha secado...” y eso sí que ha sido premonitorio para nuestro río; ya que no queda ni rastro de lo verde que fue. Supongo que, como siempre, la culpa no la tendrá nadie pero esa derrama fluvial sí la pagaremos todos. Por cierto, ¿Se sabe que nuestro Azuer llegó a beneficiar, con su párvulo caudal, una cuarentena de azudes para molinos harineros? Lo hizo tanto con los de aceña como con los de rodezno y regolfo. Y, ¿por qué se llama Azuer? Es una voz andalusí debida a los muchos azudes que se bene- ficiaban con su corriente. Uno, en su condición de solanero irre- dento, se aplica y ocupa -desde lejos- en estar al tanto de los resuellos culturales que afectan a nuestra ancestral herencia laminitana. Y es que ese registro de “estar Quo vadis... Azuer? al tanto de lo mío” lo aprendí -y me lo aplico-, en esta Cataluña donde habito; vanguardia otrora del afán de progreso y libertad, pero que, ahora, rezuma carácter aldeano, anejo al colérico talante entre vic- timista y arrogante. Vuelvo a la canción y, ésta, se revela como un verso profético de marchito y tris- te final “...aquel “riachuelo” verde que por el valle se pierde”. Y es que en él se resu- me porqué, hace sesenta y cinco años, un creador de melifluos boleros pudo ceñirse tanto al infortunio de un río. Un avieso au- gurio del que nos advertía el compositor; ya que hasta yo perdí la idílica visión del riachuelo al cruzarlo yendo a San Carlos del Valle. Supongo que Larrea y Angelillo nada sabrían del Azuer. Ni de su ulterior zozobra... ¡ni sabrían latín! Por eso libero, para mohínos y nostálgicos del ayer, el títu- lo del artículo: ¿A dónde vas... Azuer? Jesús Velacoracho Jareño Vilafranca del Penedès Río Azuer a su paso por el Puerto Vallehermoso.

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