GACETA DE LA SOLANA NÚMERO 295

Gaceta de La Solana 24 Reportaje G abriel J aime S ervir a la patria ha sido siempre su vocación. Caprichos del destino y un error de cálculo hicieron el resto. Antonio Serrano Arcos es militar paracaidista. A sus 21 primaveras, lleva más de dos años y medio en una unidad de élite de nuestras Fuerzas Armadas (FFAA). Su primer objetivo era cursar alguna especialidad de ingeniería mi- litar, pero terminó, de rebote, saltando desde un avión. “El paracaidista que diga que no tie- ne miedo cuando salta, miente”. Así lo confiesa a GACETA tras numerosos saltos en su corta pero intensa trayec- toria. Define la acción desde el punto de vista científico y también con cierta guasa. “Es algo antinatural, el cuerpo humano no está preparado para eso, aunque yo tengo algo de ventaja sobre los demás porque soy ‘pollo’”, dice con sorna. Nieto de Felipe ‘El Pollo’ e hijo de Antonio Serrano ‘El Pollo’, su apodo le da ‘alas’ y una ayuda extra en el aire. Concluido el Bachillerato, se pre- sentó para la escala de suboficiales. No hubo suerte en su primer intento y pen- só en matricularse en ingeniería civil de Caminos, Canales y Puertos. Retomó los estudios, se examinó para la Guar- dia Civil y otra vez como militar. Apro- bó para ejercer de soldado. Le atraían los pontoneros (construc- ción de puentes), acuartelados en Zara- goza y Burgos, pero sus padres preferían la cercanía de Madrid, así que marcó la casilla de la capital. Tras un brillante examen y antes de las pruebas físicas, el psicólogo del cuartel le preguntó: ¿Sa- bes dónde te vas a meter? Había elegido una plaza en la Brigada Paracaidista, sin saberlo. “Sí, sí, esto es lo que quería des- de siempre”, respondió. Terminó en el Batallón de Zapadores Brigada Almo- gávares IV. Sus padres no se lo creían, pero lejos de echarse atrás, afrontó con audacia el compromiso. En Cádiz hizo la instrucción y juró bandera. Posteriormente se trasladó a Alcantarilla (Murcia) a un curso de pa- racaidista sin vuelta atrás. “Nunca tuve miedo, pensé que eran cosas del desti- no”. Era la primera vez que se metía en un avión y el único de su promoción sin experiencia aérea. “En el curso subí seis veces y nunca aterricé porque me bajé antes”, exclama entre risas. Alguno re- culó antes de dar el primer salto, pero Antonio no. “Una vez arriba, dije: uno de La Solana no puede ser menos que uno de Bilbao. Así que fui pa’ lante ”. “La primera vez cerré los ojos y dije ¡que sea lo que Dios quiera!” “Empie- zas a contar hasta que se abre el para- caídas y entonces… respiras otra vez”. “Da tiempo a pensar muchas cosas en esos cuatro o cinco segundos”. El salto inaugural no es el peor “porque no sa- bes a lo que vas”. En el segundo, empezó a disfrutar. “Cuando saltas, no tienes la sensación de volar, sino la de caer a plo- mo hasta que se abre; después, flotas en el aire y es placentero”. Admite que siente mucha adrena- lina. “Llegas al suelo y sigues eufórico, con ganas de comerte el mundo”. Es un momento efímero, pero intenso. Dicen que un salto paracaidista es similar a una jornada de trabajo en gasto ener- gético. “Es como si hubieras estado trabajando ocho horas, en poco más de un minuto”. Sus palabras desprenden valentía, arrojo, coraje, pero también cordura cuando recalca: “el mejor salto es el que no se hace”. Inicialmente, se instruyó en cómo salir del avión y cómo caer con un para- caídas automático no direccional. Unos atalajes sin freno que dependen de la velocidad del aire. “Todo está en manos “Quien diga que no siente miedo cuando salta, miente” El solanero Antonio Serrano Arcos es paracaidista en la BRIPAC, unidad de élite del Ejército. Ha contado a GACETA cómo vive un militar de su condición, ahora también en la sección musical. De casta le viene al galgo. Antonio Serrano -centro- durante un desfile con la banda militar de su unidad.

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