GACETA DE LA SOLANA NÚMERO 286

Gaceta de La Solana 50 Caminar y Contar Julián Del Olmo, uno de los garbanceros que visitaba las casas. D e pronto, vienen a la memoria tardes de visita. Eran tiempos de visitarse mucho, a veces se quedaba con unos días de antelación y otras no hacía falta, te presentabas en la casa y directos a la mesa camilla. Era todo un ritual, desde que en aquellas frías tardes de invierno, oscuras, tristonas, largas… nos dispo- níamos a ir de visita, o a recibirlas. A los niños, si no estábamos jugando, que era casi siempre, nos arreglaban un poco – bueno, bastante– y allá que nos llevaban medio anocheciendo a la calle Emilio Nie- to, Don Rodrigo (esa estaba cerca), o al Rasillo de Antón Díaz, donde vivía una se- ñora con pelerina, como tantas, llamada Santiaga. Conversaciones bajo el brasero de picón, sin prisa, sin televisión; la nove- la de la radio –Ama Rosa o aquella que- rida señora Francis, entre otras— había terminado hasta el día siguiente; llegaban los hombres del campo y se alargaba la tertulia… O de la plaza, del casino, y de sus trabajos, claro. Cuando volvemos a La Solana nos gusta recorrer esas calles donde siempre había amistades, donde un muchacho jugaba con su pandilla y nos poníamos a echar un rato; donde, en fin, alguien te saludaba y surgía rápido un bonito diálogo. Y mirando puertas, aunque ya no sean las mismas, hemos querido recordar a sus moradores en las casas que acaso visitamos; alguien nos ofreció una tarde, muchas, un plato de cañamones y garbanzos tostados, o su rica cochura recién hecha. Pareciera que lo estamos viendo, viviendo otra vez, y que estamos todos. Había también otras visitas esperadas, hasta nos asomábamos a la puerta a es- perarlas; era domingo y lo veíamos venir de lejos con sus cestos: el garbancero, pero solíamos llamarle el “alcagüetero”. Sabíamos sus nombres y dónde se coloca- ba cada uno, en la plaza o en la plazuela; bueno, ahí siguen… Y visitas semanales, como las que hacían unos señores cono- cidos como los “pataconeros”, con todo el cariño y respeto. Se movían por el pueblo estos recordados comerciantes de tejidos, con su establecimiento lleno de tipismo y sabor añejo, y parroquianos a todas horas. Otros venían de poblaciones cercanas como Membrilla. Recordamos a un señor, muy pintoresco él, conocido por Juanito, con una gran cesta bajo el brazo y un ci- garro pegado a los labios que no retiraba ni para hablar. Venía a casa de nuestros abuelos, y la prole lo mirábamos sorpren- dida, viéndolo sacar peines, pastillas de jabón, ovillos de hilo… Y se sentaba tran- quilo mientras “echaba” otro “pito”, y bien Ir de visita “liao”. Después solían venir, ya a la calle Ancha, dos hombres también de Mem- brilla –¡cómo les tiraba La Solana!– y en bicicleta (uno de ellos tenía una lesión en un brazo, pero se las apañaba bien) con el portaequipaje lleno de toallas, cortinas o sábanas. Y volvían contentos… Luis Miguel García De Mora

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