Solana281

Gaceta de La Solana 110 Colaboraciones N o estoy de acuerdo con el postulado que afirma que en España sólo ha- blamos bien de alguien cuando ya se nos ha ido. ¿Quién no ha tenido palabras elogiosas hacia Julián Simón González, mientras lo ha conocido? Sólo pretendo desde aquí hacerle caso a Ortega cuan- do dijo: “No reduzcáis a los muertos a las obras que dejaron. Esto es impío. Recoja- mos lo que aún queda de ellos en el aire y revivamos sus virtudes.” Mi vida política y, probablemente, la per- sonal, no serían las mismas si Julián no se hubiera cruzado en mi camino. Lo co- nocí siendo alumno suyo durante unos días, cuando él hacia prácticas de Ma- gisterio en la escuela de don Manuel. Ya llevaba impresa la marca reservada para los buenos maestros. Y aún recuerdo la extraordinaria amabilidad con que nos trató a todos los chavales en el “antiguo Telégrafos”. Luego coincidimos en el ejer- cicio profesional y en el político. Y, sobre todo, en la amistad. Del político, podría relatar mil anécdotas que no cabrían en 10 gacetas completas. Los dos mamamos en la sabiduría del al- calde “Posadas”. Los dos empezamos a hacer política mientras aprendíamos po- lítica. Los dos vivimos aquella etapa tan romántica y apasionante de los albores democráticos. En la asamblea convocada para decidir quién debería encabezar la candidatura del PSOE a las elecciones locales de 10 de junio de 1987, todos convinimos, y yo con especial fuerza, que Julián, alcalde en ejercicio entonces, debería ser el desig- nado. Se negó en rotundo y fue él quien propuso mi nombre. Mi insistencia en tor- no a la idoneidad de su persona no sirvió para nada, de modo que acepté, con una exclusiva condición: que su nombre apare- ciera tras el mío en aquella lista. Aceptó y acepté. Sin la seguridad que me reportaba su presencia, es muy probable que yo no hubiera dado aquel paso. Resulta imposible caracterizar en pocas palabras la personalidad de un gigante. Me quedo con su firmeza ideológica socialista, compatible, en Julián, con el don de la to- lerancia. Con su seriedad, entendida como compromiso con las cosas bien y pruden- temente hechas. Con su profesionalidad, pues fue un enseñante intachable, abso- lutamente vocacional. Con su responsabili- dad, su serenidad, su afán de quitarle hie- rro a las dificultades. Con su saberse ganar el pan de cada día sin ninguna concesión al escaqueo. Con su humildad, pues un grande como Julián jamás exhibió pompo- sa o deliberadamente su grandeza. Con su coherencia, su decencia, su cercanía. Con su sensibilidad, mezclada con una rebeldía sana, ante las causas injustas. Con su dis- crepancia ante la degradación de cierta po- lítica actual, escorada hacia peligrosos de- rroteros de vocinglería, bronca, odio, ruido y pocas nueces. Con su sentido del humor y su irónica sonrisa, trufados muchas veces de “solanerismos” graciosos al uso (cuánto cariño a La Solana desbordó siempre). Con su inquebrantable amor a su familia (qué orgullo de compañero de vida, Mari Loli, qué orgullo de padre, Chelo, Inma, Juli, y qué or- gulloso él siempre de vosotros). Y me quedo con su inmensa humanidad, que es, acaso, el resumen de todo lo dicho. Gracias infinitas, querido amigo Julián, por tanto como nos has dado a tantos, sin tú, quizás, saberlo. El mejor homenaje que mereces consiste en que quienes te cono- cimos te sigamos conociendo, sin permitir que el frío olvido haga mella en nuestros corazones. Por eso, a quienes hayáis llega- do hasta aquí leyendo estas humildes pa- labras, os digo, como Calímaco: “Él duer- me un sueño sagrado… Nunca digáis que los buenos mueren”. Nemesio de Lara Guerrero JULIÁN Julián Simón -centro- junto a Nemesio de Lara -izda- y Venancio Fernández, cuando tomó posesión como alcalde (5-9-1983).

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