GACETA DE LA SOLANA Nº280

Gaceta de La Solana 35 Reportaje acogedora que está situada en el casco antiguo del municipio solanero, muy cerca de lo que era la “fuente de las Veredas”. “Esta casa tiene más de 100 años. Antiguamente, pertenecía a don Aurelio Del Rey, un señor muy rico del pueblo que era el director de una com- pañía de seguros” especifica ella. Car- men y su marido Ramón, decidieron comprar esa casa hace más de 40 años. Construyeron con mucho empeño un hogar muy agradable, con unos largos pasillos y con una azulejería color bur- deos con formas geométricas propia del siglo pasado. También tiene un hall muy amplio que siempre ha destacado por la mesa alargada que ella tenía allí, la cual montaba los sábados cuando se reunían todos sus nietos y comían allí todos juntos en los portales. Te cambia la vida “Mi ritmo de vida cambió, dejé de sa- lir de mi casa. Solamente salía para lo principal: hacer unas compras y a las diez de la mañana ya estaba de vuel- ta. Estuve cinco años al pie del cañón. Nunca me importó cuidar de él, pero sí es verdad que mi vida dio un gran giro cuando dejó de conocerme y dejó de ser la persona tan activa que era”. El marido de Carmen, Ramón, murió ya hace dos años. El alzheimer también llamó a su puerta pero de manera más acelerada. Hay veces en las que este se- ñor alemán lleva prisa y necesita hacer las cosas con más rapidez y a pesar de todo, sigue pillando de sorpresa. “Pri- mero fueron las pérdidas de memoria a corto plazo y a veces se perdía por la calle para ir a ver a sus familiares. Su único intento era salir a la calle, pero ya estaba mal y era imposible dejarlo solo, por lo tanto, tenía que estar vigi- lándolo día y noche”. Carmen reconoce haber sido una mujer valiente, debajo del delantal y la falda, se esconde una mujer coraje que siempre ha estado al servicio de los demás, y sin recibir nada a cambio. A sus 82 años, la ma- yoría de la gente que la ve, le sueltan el chascarrillo de “quién, te ha visto y quién te ve, Carmen”. “Los últimos años ya ni reía ni hablaba, y es algo que me llamó mucho la atención, era una persona muy risueña y siempre estaba con una sonrisa en la boca y bromean- do”, explicaba ella sentada en el sillón orejero de su salón. Una casa-hospital La casa de Carmen, tan grande y ho- gareña, se convirtió en un hospital. En esos cinco años, en esa casa no se ha- blaba de otra cosa que no incluyera la mítica frase de “hijo mío Ramón, con lo que has sido…” o “esta noche ha pa- sado muy buena noche, no se ha movi- do de la cama y no se ha despertado ni si quiera”, esas frases Carmen las repe- tía una y otra vez en un sillón que ella ponía al lado de su marido. Lo obser- vaba detenidamente, cogía sus arruga- das y huesudas manos y se las tapaba con la manta para que no cogiera frío. Su empeño era que no se resfriara. Ramón tuvo una temporada en la que estaba siempre nervioso, así que sus nietas decidieron ponerle música. “Decidimos ponerle a Antonio Molina, como a él le gustaba tanto, pensé que tal vez esto podría tranquilizarlo”. Y está científicamente comprobado que, los enfermos de Alzhéimer lo último que pierden es el sentido del oído, en la mayoría de geriátricos y residencias lo están llevando ya a cabo para sus pacientes y está resultando un éxito. Desde que su marido no está, Car- men ha intentado retomar su anterior vida. “Ya no recordaba lo mucho que había crecido el pueblo en esos años” afirma ella. La casa de Carmen dejó de ser un hospital y ha vuelto a ser el hogar que era hace cinco años, ya no está la mesa alargada en el recibidor de la casa como antes, pero aún sigue preparando todos esos algarabíos que ella hacía “aunque ya se va notando la edad” como ella dice, pero puede se- guir al pie del cañón durante muchos años más en esa casa. Y mientras en el geriátrico de La So- lana, como un domingo cualquiera, está Manuela, sentada en una butaca roja de la cafetería. En ese momento han entrado sus tres hijas por la puerta para ir a verla, un domingo más. Ellas conversan y, mientras, Manuela sigue embelesada mirando hacia abajo, con la mirada perdida, igual que su son- risa. Sus hijas ya no saben el tiempo que llevan sin ver a su madre con una sonrisa, porque una de las cosas que también hace este señor alemán que se hace llamar Alzheimer es robar sonri- sas, para no devolverlas jamás. El Alzheimer es el ‘huésped’ de muchas familias

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