GACETA DE LA SOLANA Nº280

Gaceta de La Solana 33 Reportaje inolvidables y simpáticas tabernas que, gracias a Dios, y a algún hijo o ayudan- te de aquellos señores, ahí siguen, en el mismo sitio. Tales son los casos de José Casado y de Cristóbal López. Al primero, hijo del recordado Vicente, lo hemos saluda- do en su pintoresco local, esquina a la siempre transitada calle Torrecilla, en la que hubo fruterías con sabor como la de Tomás Trujillo, además de carni- cerías, bizcocherías, tejidos, droguerías o ultramarinos… La taberna de Casado sigue casi igual que cuando estaba su padre. Se abrió el 12 de febrero de 1953 y antes, ahí mismo, hubo dos tabernas, las de Julito y Constantino. Y nos cuen- ta que, a las 6,30 en punto allí estaba su padre para poner copas de anís o coñac a los trabajadores de la Casa de la Viña. Y que él, en los 70, se marchó a Madrid, como tantos, y trabajó cinco años en la hamburguesería ‘Charpil’. Una buena experiencia, pero volvió con su querida clientela. Y nos regala una foto, en su puerta, muy jovencito junto a un amigo y las carteleras del cine Moderno. Después, hemos ‘cazado’ a Andrés Se- villa, antes de ir a cantar a Malagón (y En la taberna de Diego Sevilla a Málaga o Sevilla cualquier día) y nos habla de la primera taberna de su pa- dre, donde se halla ahora Correos, en 1952; antes, en el año 47, tuvo otra a medias. Al lado, otra de un buen amigo, Evaristo, siempre con su hijo del mis- mo nombre. Y una buena anécdota: las monjas dominicas les suministraban el agua de un pozo. Cántaros al convento. En 1960, a la plaza, y con terraza, hasta 1973. Y en verano, al parque. Acabamos recordando la afición a cantar en esas castizas tabernas. Y lo bien que tocaba su padre la guitarra. Ah, y que a su ta- berna podían entrar mujeres… con sus novios o esposos, claro. Y nos deja otra buena fotografía. Encarni Alhambra, hija del popular Pepe, nos cuenta que su padre coleccio- naba postales de gentes de fuera o paisa- nos ausentes. Y Cristóbal, que estuvo a su lado 30 años, nos confiesa lo mucho que lo echa de menos y repite su famosa frase al entrar los clientes: “Pasen al sa- lón”. Y cabíamos todos. Gracias amigos. Luis Miguel García de Mora

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