GACETA DE LA SOLANA Nº289

Gaceta de La Solana 48 Cartas al Director ¡Ay, la Academia Minerva! E s la segunda vez, que yo recuerde, que salgo en una foto en la Gace- ta y en ninguna de las dos se me identifica. No me quejo, pues salí muy joven del pueblo y es natural que para la mayoría de la gente, sea un perfecto desconocido. Sin embargo, mantengo una hermana, Juliana, que vive fija y otra, Vicenta, que tiene casa y suele ir a menudo. Mi hermano Julián está en Denia y yo vivo en Lleida desde hace más de cuarenta años. No obstante, vi- sito el pueblo con regularidad, al menos una vez al año. Jesús Velacoracho, en su escrito so- bre la Academia, da nombres del profe- sorado y de algunos alumnos que no he podido identificar en la foto. A falta de documento escrito y con la única ayuda de mi memoria, voy a intentar poner nombre a algunos. Yo soy el primero por la izquierda de la última fila, el que parece que tiene mal abotonada la ca- misa, algo que seguramente es verdad, pues mi madre, Rosario, solía decirme que era un “Adán”. El que está a mi lado es Antoñito, el hijo del médico, don Gregorio, un empollón de los grandes; el cuarto era Lara de apellido, pero no recuerdo el nombre. En la segunda fila, empezando tam- bién por la izquierda, está Márquez, amante de la velocidad y los coches, que se casó con una hermana de Antoñito; el tercero es Matías, que tenía ya enton- ces una madurez impropia de la edad y cuyo padre nos regaló alguna vez un pe- queño concierto de violín cuando íba- mos a buscarlo a su casa; siguiendo la fila viene Perico “Pinta”, que andando el tiempo llegó a ser policía en el pueblo; el siguiente es Cristóbal, que llamaba egipcienses a los egipcios y que una vez, cuando un profesor le preguntó si era tonto o qué, contestó que era “qué”; se- guramente fue uno de los alumnos más inteligentes de la academia. En la primera fila aparece –también por la izquierda-, Julián Castellanos Rodríguez de Isla. Era el menor de los hijos del alcalde, un tipo más listo que el hambre y que, más tarde, cuando es- tábamos en el colegio “El Doncel” de Ciudad Real, fue apodado con el sobre- nombre de “El Zorro”. De las chicas solo me viene a la cabeza la tercera, que lleva una diadema en el pelo; si no me equi- voco se trata de Chus, que tenía una hermana pequeña llamada Ramona; eran hijas de “El Polaco”, dueño de una bodega. El último es Valero, un chaval encantador cuyo padre era funcionario del ayuntamiento; alguna vez acudimos los amigotes a su casa y nos llevó, con cierto sigilo y misterio, hasta una habi- tación de su casa para enseñarnos una pistola que su padre guardaba en uno de los cajones de una cómoda; cosas de críos a los que podía más la curiosidad y la inconsciencia, que la cabeza. Y hasta aquí llegamos. Yo me hice maestro y he estado ejerciendo en Ara- gón y Cataluña hasta mi jubilación. Tra- bajé con técnicas de escuela activa y me interesé por la educación de la Repúbli- ca. He escrito algunos libros, que doné a la biblioteca del pueblo, por si hubiera algún lector interesado. SebastiánGertrúdix Romero de Ávila Imagen de la Academia Miverva en los años 50

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