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Gaceta de La Solana

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Reportaje

Vida detrás de la ceguera

Julián Casado y Luis Carlos Quintela son dos ejemplos de superación. Su invidencia no les ha

impedido estudiar, encontrar trabajo, hacer deporte y ser felices. GACETA cuenta su historia.

A

urelio

M

aroto

J

ulián se ríe de su sombra si hace

falta. Cuando le pides fotos de sus

hazañas en el golball responde la-

cónico: “como no veo, no me hago fo-

tos”. Le sigue una sonora carcajada. Por

un momento, te quedas clavado, pero

en seguida comprendes… Luis Carlos

también tiene guasa. “¿Que cómo me

las apaño para planchar?, pues no po-

niendo la mano bajo la plancha para no

quemarme” (risas).

La procesión irá por dentro, claro,

pero desfila huérfana de dramatismos.

Julián Casado López-Villanueva, 35

años, es ciego total. Luis Carlos Quinte-

la Pacheco, 29 años, también. La vida les

ha unido en su desgracia y en su genio

para poner al mal tiempo buena cara.

Son amigos, trabajan en la misma em-

presa, juegan el mismo deporte y han

desarrollado capacidades impensables

para la mayoría. Ver el mundo en negro

no significa sentirlo en negro. Qué va.

Esta es su historia.

Un problema congénito

La madre de Julián, María Josefa, no

tardó en notar que su hijo no veía bien.

Con sólo seis meses, aún bebé, lo lleva

a Madrid, visita el Oftálmico y le rece-

tan rehabilitación en Cruz Roja. Pero el

problema va en aumento. A los 8 años

acude a la prestigiosa clínica del doctor

Barraquer y le dicen que su nervio óp-

tico está muy debilitado. Se pasea por

las consultas oftalmológicas y le hacen

las primeras adaptaciones para la vida

diaria, sobre todo para poder estudiar.

“Pasaban los años y notaba que seguía

perdiendo visión” –recuerda con cier-

ta resignación-. A los 14 años, siendo

apenas un adolescente, cogió su primer

bastón para salir por la noche. “A par-

tir de los 15 años ningún televisor tenía

brillo para mí, por mucho que me acer-

cara”. Le dice a su madre que lo cambie,

y lo cambia. “Me compró la tele más

grande, una Sony de 29 pulgadas, pero

el problema no era la tele”. Por fin, le

diagnostican

retinosis pigmentaria

, una

extraña enfermedad congénita que na-

die en su familia, hasta ahora, había pa-

decido. “Soy el primero que he mutado

el gen, he tenido esa mala pata”.

Pero no se rindió. Acabó la antigua

EGB (Educación General Básica) pega-

do a un atril, un flexo encima y una lupa

montada en una gafa. Ya en el Institu-

to, pasa a tener una telelupa, y después

a estudiar con ordenadores adaptados

dotados con revisor de pantalla y sín-

tesis de voz. Y escaneando documentos

con OCR (Reconocimiento Óptico de

Caracteres). Así, a costa de un enorme

sacrificio, termina el bachillerato cien-

tífico-técnico, una rama especialmente

complicada. De hecho, tuvo que repetir

primero y segundo. “Hice esa especiali-

dad por cabezonería”.

Después continúa su formación en

Ciudad Real, donde hace Integración

Social, una FP-2. “Gema, una buena

amiga de Cruz Roja, me lo pintó que

me iba a gustar y, efectivamente, me

gustó”. Tras dos años encuentra su pri-

mer trabajo remunerado en el Centro

de Atención a Inmigrantes de UGT en

la capital de la provincia. Y desde el 5 de

Julián y Luis Carlos con su perro guía